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Los más vulnerables en el país siguen a oscuras

marzo 16, 2019
Elizabeth Guzmán, dama de 72 años que habita en el barrio Santa Cruz de Caracas, aspira a que la luz llegue pronto para recuperar algo de su calidad de vida perdida / Foto: Ariana Cubillos / AP

La luz todavía no llega a la casa de Elizabeth Guzmán y de miles de sus vecinos pobres en un rincón olvidado de la capital de Venezuela que, a duras penas, sobrevivía incluso antes de que se desatara un apagón hace más de una semana.

Cuando se pone el sol cada día, Guzmán, de 72 años, enciende una lámpara de petróleo hecha en casa y la sostiene en una mano mientras se recorre las escaleras y los angostos pasillos hasta la habitación sin ventanas a la que llama su “cueva”.

“Yo jamás he vivido esta crisis. Es la primera vez”, dijo Guzmán, que está desnutrida y frágil. “Me da tristeza”.

La red eléctrica de Venezuela se averió gravemente el 7 de marzo, sumiendo en un caos a casi todos los 30 millones de habitantes de la nación. Muchos tuvieron problemas para poder llamar a familiares y amigos con sus teléfonos celulares, el tren subterráneo de Caracas quedó inmóvil, los servicios en los hospitales se paralizaron y se reportaron saqueos masivos en diversas partes del país.

El presidente Nicolás Maduro culpó del apagón a un ciberataque orquestado por Estados Unidos contra el complejo hidroeléctrico del Guri, piedra angular del sistema eléctrico de Venezuela.

Funcionarios estadounidenses y Juan Guaidó, proclamado mandatario encargado del país, consideraron absurdo ese alegato y denunciaron que el gobierno socialista había saqueado las arcas públicas durante años, lo que derivó en un colapso de elementos cruciales de infraestructura.

La triste realidad

Aunque el servicio eléctrico ya se restableció en la mayor parte de Venezuela, los habitantes del barrio pobre de Santa Cruz del Este, ubicado en una colina de Caracas, dicen estar perdiendo la esperanza de volver a tener luz.

Como resultado de una segunda explosión en una subestación cerca del barrio, las alcantarillas saltaron por los aires y la maquinaria eléctrica ardió lentamente durante días.

Molestos, los habitantes ven la oscuridad como un símbolo de su miseria.

Guzmán, cuyos problemas de salud y edad le impiden trabajar como ama de llaves, dice que se mudó de un vecindario cercano a Santa Cruz del Este el año pasado después de que el hogar en el que vivió 43 años se incendió por un problema eléctrico.

Ahora, cada vez que enciende su lámpara de petróleo teme que se repita el día en que perdió prácticamente todo.

En una noche reciente, Guzmán sostuvo una vela para iluminar fotografías de sus dos hijos y sus nietos. Ya había desconectado su horno de microondas, su horno tostador y su televisión para impedir que una descarga eléctrica sorpresiva desate otro incendio.

“De verdad le digo sinceramente: no tengo esperanza de que vaya a acomodarse”, afirmó con una sonrisa. “Jamás”.

La magra pensión gubernamental de Guzmán equivale a seis dólares mensuales, con lo que logra pagar la renta, la cual equivale a 66 centavos.

Pero conseguir y pagar alimentos es una lucha diaria. Su peso disminuyó de 65 kilos (143 libras) a menos de 45 kilos (100 libras) en los últimos dos años, y explica que su médico le diagnosticó desnutrición. También padece dolorosas hernias y no puede pagar las píldoras necesarias para controlar su hipertensión, por lo que en ocasiones se siente deprimida.

Hacia el anochecer se escuchan cantos provenientes de la cercana iglesia Casa de la Misericordia, donde podían apreciarse las siluetas de los asistentes con la luz del sol.

La misma precariedad

Otros residentes sostenían linternas mientras dos hombres cargaban bidones de agua por unas escaleras de varios pisos hasta una casa.

“Mira cómo vivimos los pobres”, señaló Charles Belisario, quien indicó que él y su esposa utilizarían el agua para bañarse y limpiar.

Belisario, de 49 años, señaló que ha podido sobrevivir mejor que sus vecinos porque su hija envía dinero que gana de su trabajo en investigación médica en Nueva Jersey.

A la distancia podían apreciarse dos modernos rascacielos iluminados.

Dilia Rosa Gelis, de 74 años, manifiesta que se mantiene firme en su fe, pero le cuesta trabajo enfrentar la dura realidad.

Su hija se fue a dormir sin comer, lo que le genera dolores de cabeza, señaló Gelis a la mañana siguiente.

“Si Dios nos creó, ¿por qué nos hace sufrir?”, se preguntó, enjugándose las lágrimas.

Guzmán, al igual que Gelis, también planteó preguntas duras.

Dijo que se había desligado del debate político en torno a si Guaidó tiene lo que se requiere para derrocar a Maduro, y más bien está enfocada en atender sus necesidades básicas.

“No tenemos agua, no tenemos luz. Como puede ver, esto es una cueva donde yo estoy. Estoy desesperada”, afirmó.

Caracas / Scott Smith / AP

 ET 

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