Ante tanta acracia, desgobierno, desorden, caos, confusión, anarquía, desaprensión, iniquidad e injusticia, no demora que ante la partida inminente de algún digno venezolano, éste pudiera argumentar ante la pregunta de ¿por qué te vas”, lo siguiente;
“Me voy por ese asunto de la corrupción... Cuando arrancó este gobierno socialista, en 1998, la corrupción era miraba con muy malos ojos, incluso era repudiada y aborrecida con vehemencia. Con el paso de los años se empezó a aceptar su existencia como parte de los vicios del gobernar que había que execrar. Luego se empezó a tolerar... Posteriormente empezó a ser permitida... Y ahora, en los últimos tiempos, la fomentan. Yo mejor me voy antes que a la corrupción la declaren obligatoria.”
Esto último, que pudiera tomarse como una chanza, ocurrencia o chascarrillo, nos da mucho que pensar sobre todo si consideramos que todo esto ocurrió y está ocurriendo en un gobierno que dice ser “socialista”.
A principios del siglo pasado, el socialismo era considerado la punta de lanza de un amplio movimiento revolucionario que parecía destinado a dirigir el mundo hacia una efectiva igualdad tanto en lo económico como en lo político, y en un marco de probidad, honestidad y justicia. También se decía, que lo esencial del socialismo era el principio de la libre discusión como base del sistema, siempre al compás del beneficio colectivo hasta lograrse la transformación social que siempre había sido su objeto principal.
Pero resulta que los hechos y las emociones humanas dirigieron hacia otros derroteros la esperanza de un mundo más justo e igualitario, al punto, que a los socialistas de ahora les cabe una frase del gran escritor Augusto Mijares, que decía: “Los viejos no tienen convicciones sino manías”, porque así como viejo y caduco es el socialismo, quienes rabiosamente se aferran a esta doctrina son percibidos como carentes de convicción (pues son movidos mayoritariamente por intereses propios) pero llenos de manías, las cuales afloran en posturas testarudas y fanáticas que terminan por dejarlos mal parados. Muchos de ellos, incluso, son esclavos de sus propios prejuicios y hasta han perdido la posibilidad de ser verdaderamente libres.
Muy mal debe andar entonces un país en el que sus líderes insisten en imponer este modelo desgastado, que al igual que un viejito senil, se le ha endurecido el pensamiento, el contenido y los dogmas, producto de su gran desgaste biológico.
Y entonces… Ese socialismo que proclama la no división de la sociedad entre víctimas y sacrificadores, ricos y pobres, ¿cómo explica que la riqueza venezolana siga tan mal repartidas como en 1999? ¿Cómo entender que existan tantos compatriotas carentes de lo necesario para vivir o que abunden niños en una perpetua agonía por el hambre? ¿Es acaso la actual Venezuela una sociedad más humana? ¿Se encuentra vigente el principio socialista que reza: “nadie es anterior ni superior a la ley”? ¿Se cumplen las normas en que se prohíbe sancionar nada injusto, nada opresivo o nada inicuo? Y el colmo es que nuestro ordenamiento jurídico ha adquirido el carácter de la componenda y la conjura política, pues como dijera Don Fermín Toro;
“La ley que permita al rico ser más rico sin restricción alguna a favor del pobre, será la ley del rico. La ley que permita al fuerte el empleo libre e ilimitado de su fuerza, será la ley del fuerte. Y la que autorice al astuto para engañar al que pudiera, sería la del astuto”
Y en eso estamos.
Así de simple.
Puerto La Cruz