Desde hace un buen tiempo a esta parte, el pueblo venezolano viene sucumbiendo a dos realidades bien diferenciadas, a dos códigos que muy a las claras vienen signando su comportamiento cotidiano
Por una parte está lo que suscribe nuestra Constitución Nacional. Ella le da “fondo y forma” a nuestra institucionalidad, contiene nuestros deberes y derechos ciudadanos, y muestra nuestra hoja de ruta como país.
Algunos de sus críticos la acusan de ser “muy verbosa y demagógica” por contener “innumerables mentiras piadosas y disímiles artículos engañosos solo para hacernos parecer civilizados” pero que ha terminado sustentando abusos, atropellos y tropelías de todo tipo, al punto de que la señalan de “prometer de todo y no garantizar nada”… Una muestra de ese rol un tanto fariséico de nuestra Constitución, es que se eleva sobre sus iguales con explícitas consideraciones sobre los derechos humanos, pero que no ha evitado que dichos derechos se le hayan violentado a más de uno, incluidas torturas bien documentadas y que sin que por ello se haya castigado a nadie.
Por otro lado existe otro código de comportamiento. Otro ordenamiento que coexiste con libertad al lado de nuestra Carta Magna y que pareciera erigirse como un verdadero corolario donde yacen verdades inconfesables, donde se refugian las pasiones más bajas que salen a relucir en disímiles momentos y que con descaro se ajustan “como anillo al dedo” a esos que pululan con vileza y perversión cerca del poder.
Algunos de los estatutos de este texto “no escrito”, pero que igualmente sigue ganando adeptos, son los siguientes
1.- Póngame donde “haiga”: Este es un principio implícito en sí mismo, tan interiorizado que no hay que explicarlo mucho porque es el sueño de todo aquel que estando “en el propio ladre” (Léase “pelando”), sueña con la oportunidad de hacerse de algo sin mucho esfuerzo, gracias al lugar clave donde aspira laborar.
Fue un precepto popularizado por algunos “blancos y verdes” del pasado, pero que hoy tiene gran vigencia y se practica desde la más alta esfera del poder hasta las mismísimas cooperativas, concejos comunales y demás estructuras sociales coloradas.
2.- ¿Cuánto hay pa´ eso?: Este es el estatuto más arraigado en la mayoría nacional. Se evidencia en casi todos los que trabajan en instancias públicas, quienes siempre están a la caza de beneficiarse con algo más de dinero aparte del que ya perciben como salario. Es puro cinismo sobre todo cuando se evidencia, por ejemplo, en componendas entre alguien que fue elegido por el voto popular y ciertos jefes castrenses, supuestos baluartes de la rectitud militar.
3.-. ¡Lo mío me lo dejan en la olla!: Alude a que en cualquier repartición ilegal de bienes, recursos, o cualquier cosa que vaya en contra de los intereses del colectivo, alguien, por el solo hecho de estar en el lugar donde se planea la fechoría corrupta, se merece su “tajadita”, ya sea por colaborar con la misma, o por guardar silencio. Este principio está extendido a todo nivel y del que no se salvan ni las secretarias o aquellas personas que mueven un papelito de una oficina a otra, o logran que un funcionario firme una orden sin leer mucho.
Otros axiomas establecidos en esta constitución no escrita son: 4) Cogiendo aunque sea fallo, 5) A todos los caciques les toca “su polvorita”, y 6) Jefe es jefe aunque no sepa nada, entre otros preceptos de interés.
Así de simple.
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