Dicen que Venezuela se está arreglando, pero mire cómo está”, dice José Muñoz mientras señala a los cientos de compatriotas suyos que se acumulan en la frontera de Colombia con Panamá dispuestos a comenzar la travesía a Estados Unidos atravesando la peligrosa selva del Darién, reseñó EFE.
Yacen en la playa, descansando y matando el tiempo mientras un barco tras otro zarpa del pueblo de Necoclí, en la costa Caribe, al otro lado del Golfo del Urabá donde en grupos entrarán a una selva montañosa en una ruta desangelada.
“El Darién no es tan peligroso como lo que nosotros estamos dejando atrás”, afirma tozudo José, un argumento que repiten una y otra vez todos los que se disponen a pasar la selva.
Quieren dejar atrás una “dictadura silenciosa” que ha hecho que un camino voraz, que comienza por una selva donde se desconoce cuántas vidas se quedan en el camino y se hace dejándose caer en manos de mafias y traficantes, se convierta en la opción más tomada.
“El Darién es una luz de esperanza para nosotros; dejar a nuestras familias atrás es más doloroso”, dice a EFE este padre de familia que cruza solo.
Para él fue determinante el no tener cómo comprarle comida a sus hijos. El miedo a que se enfermaran y no tener cómo sacarlos de la enfermedad. “Esa es la realidad que vivimos en Venezuela, no la que dicen… es una dictadura”, afirma.
Bogotá / Redacción Web