En las afueras de la capital de Colombia, guacamayos rojos comparten una reserva natural con ocelotes y cotorras de cabeza negra. Un águila harpía de cresta blanca chilla al paso de varios escolares por un sendero bien conservado.
Los animales provienen de distintas regiones de Colombia, que goza de una gran diversidad ecológica. Pero la mayoría comparten mismo origen: fueron rescatados de traficantes de animales.
Mientras líderes en la lucha contra el tráfico de especies se reúnen esta semana en Londres en la Conferencia Internacional contra el Tráfico Ilegal de Vida Silvestre, los activistas en diversas partes del mundo trabajan para para proveer refugio a miles de animales decomisados a contrabandistas.
El Bioparque La Reserva, situado en el municipio de Cota, alberga a 50 especies, desde tortugas hasta ranas doradas venenosas, cuyos colores resultan preciados para los coleccionistas.
Iván Lozano, director del Bioparque, dijo que su organización contribuye a que animales capturados para contrabandearlos se recuperen de sus heridas y regresen a la naturaleza. Pero también aprovecha a animales que ya no tienen capacidad para vivir en sus hábitats a fin de instruir a los visitantes sobre las diversas especies y el papel que tienen en el ecosistema.
“La idea es cambiar el comportamiento de las personas hacia los animales, sobre todo de los jóvenes”, declaró Lozano.
Para lograr este objetivo, la reserva del Bioparque abre sus puertas a centenares de turistas y escolares cada semana, a cambio de un cobro equivalente a 6 dólares. Sólo se permiten las visitas guiadas por los expertos del parque.
Aunque Colombia carece de especies famosas como rinocerontes o elefantes que capturan los titulares de la prensa sobre tráfico de animales, el país es asolado por el tráfico de serpientes, papagayos, ranas y perezosos de tres dedos.
Más de 23.000 animales fueron confiscados a los contrabandistas el año pasado en Colombia, y su tráfico constituye una amenaza grave para las especies como la rana dorada venenosa.
Lozano cree que la educación es una de las claves para reducir el tráfico de especies y por esa razón abrió su refugio a los visitantes.
“Queremos que se conozca el rol del ciudadano en estos problemas de pérdida de la biodiversidad”, afirmó. “Queremos que la ciencia sea más digestible”.
Bogotá / AP