Muchos como yo sentimos lo que pudiera llamarse “el mandato moral de la Patria”. Es decir, el impostergable llamado a retomar la ética como bandera debido a la gran crisis que sufre la moral colectiva en nuestros días.
Hablo de la reverencia a los más notables sacrificios de tantas generaciones de venezolanos, antes de la nuestra. Hablo de la contemplación a los más altos modelos patrios, para que las actuales coterráneos deduzcan normas de conducta para las decisiones que constituirán el nervio y la razón de todas nuestras próximas acciones. Reverencia por las virtudes de los protagonistas de la historia venezolana como Bolívar, Miranda, Sucre, Bello, Baralt, Vargas, Rodríguez, Toro, Soublette, Cagigal, Urdaneta, y más recientemente Uslar, Liscano, Ottolina, entre otros, y la voluntad de elevarlas a la categoría de ejemplos dignos de imitación.
Hablo de la revisión de las virtudes públicas que siguen estando presentes en Venezuela con el designio ancestral de conformar un cuerpo de principios que deban sentar “tradición”… Una empresa que persiga el trazar el esquema de las más nobles cualidades políticas y humanas del país en pro de la formación de la conciencia del esfuerzo, honestidad y capacidad ciudadana del pueblo venezolano.
¿En qué estoy cifrando esta esperanza? En que en Venezuela se han conservado muchas virtudes humanas (aunque se hayan perdido algunas virtudes políticas) porque siguen siendo inmensas nuestras reservas morales que son, a fin de cuentas, las “fuerzas espirituales impalpables” que se han hecho sentir en momentos determinantes de nuestra historia patria, por lo tanto, éstas no han desaparecido, solo se ocultan a ratos y emergen en el momento más necesario.
No dejo de reconocer, sin embargo, que a veces cuanto expreso en estas humildes líneas semanales alcanza rasgos de treno o lamento fúnebre, transidos como están por el debilitamiento de los móviles espirituales de los hombres buenos de este país, logro incuestionable del régimen en su empeño por defenestrar toda esperanza.
Pero la vida continúa y las “sombras tutelares de la patria” siguen estando allí… Moviéndose con el nobilísimo empeño de interpretar nuestra historia en un marco moral, o dicho de otro modo, para escribir esa única trama que se sueña a diario y vive todavía en nuestras mentes, almas y corazones… Esa historia sin apellidos y sin nombres, pero que sirve para que todo cuanto se diga o haga en el marco del “deber ser” y en beneficio de las buenas costumbres, sea utilizado para la sana y legítima orientación moral y ética de la Venezuela del futuro inmediato.
Recuerdo entonces a nuestro insigne intelectual y literato Augusto Mijares, quien en algunos de sus escritos dijera “Si de nuestra historia no sacamos ninguna lección dinámica, no hay que suponer que la encontraremos en otra parte”.
Finalmente amigo lector, de lo que se trata es de meditar en solitario, de revisar cuanto ha acontecido en el país en los últimos tiempos, de chequear nuestras acciones, nuestros aportes, nuestras omisiones, de realizar un examen de conciencia para considerar donde estamos, cuales son las directrices que hay que seguir en los días por venir… Porque lo importantes es “si estamos o somos”. Agudo planteamiento para la reflexión, pero que es necesario asumir y resolver.
Así de simple.
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