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Diablos danzantes, un extravagante ritual en Venezuela

junio 1, 2018
El ritual de los Diablos Danzantes fue decretado patrimonio inmaterial por la Unesco en 2012 / Foto: Internet

Cientos de hombres, mujeres y niños salieron el jueves a bailar frenéticamente como poseídos por espíritus malignos en el antiguo ritual de los Diablos Danzantes de Naiguatá, una extravagante manera de casi una docena de pueblos costeros de Venezuela de venerar a Dios en la fiesta de Corpus Christi.

Este baile, realizado en pequeñas comunidades de la costa central del país sudamericano, es también una de las tradiciones religiosas más atractivas del país.

El ritual de los Diablos de Naiguatá -en el que se reúnen descendientes de españoles, esclavos africanos y aborígenes, y es evidencia de la diversidad étnica de los venezolanos- fue designado por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) patrimonio inmaterial de la humanidad en el 2012 junto a otras 10 cofradías de Diablos Danzantes de Corpus Christi que desde hace siglos se rinden ante el Santísimo Sacramento.

Al ritmo de la "Caja", un pequeño tambor de poca altura, y el sonido de varias campanas atadas alrededor de sus cinturas, los diablos danzan por las calles luego que los fieles concluyen su ceremonia religiosa y se cierran las puertas de la pequeña iglesia del poblado de Naiguatá en el estado costero de Vargas, localizado a unos 30 kilómetros al norte de Caracas.

Pese a que en apariencia parece estar muy lejos de la doctrina católica, esencialmente esta celebración simboliza la eterna lucha entre el bien y el mal, y trae a la memoria la época en que fieles y paganos recibían por igual la bendición cristiana.

El origen

El baile de los Diablos Danzantes fue una forma original ideada por los sacerdotes católicos para atraer a los esclavos africanos a la Iglesia y romper en general con la discriminación racial en las ceremonias religiosas, en particular en la celebración de la eucaristía, el mayor de los sacramentos cristianos.

Mantener la tradición en una época en que Venezuela es azotada por una severa crisis económica, incluida una inflación astronómica, es toda una proeza.

“Esto es un sacrificio que uno hace” para cubrir los costos de las máscaras y las vestimentas, comentó ayer Marco Antonio Martínez, uno de los demonios bailarines.

A pesar de las dificultades, los participantes siguen adelante, sobre todo por devoción y para preservar está ancestral tradición para las generaciones futuras.

De acuerdo con la leyenda criolla, en el noveno jueves después de la Semana Santa el "diablo anda suelto", por lo que los danzantes llegan de cualquier parte, muchos directamente de sus casas, y se congregan frente al templo. Algunos de ellos avanzan de rodillas los últimos 30 metros entre una cruz y la iglesia como penitencia.

Horas después, cuando el templo abre nuevamente sus puertas, el párroco inicia la procesión por el poblado mientras los diablos se mantienen a distancia en señal de sumisión y temor al Santísimo Sacramento.

Los Diablos Danzantes finalizan el día agotados de bailar. Pese a que su baile se ha convertido en una atracción turística, las autoridades religiosas no se cansan de aclarar que se trata de una solemne ceremonia religiosa.

Naiguatá / Ricardo Nunes y Ariana Cubillos

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