Rescatar a un niño de las drogas y actividades que no son productivas para la nación es una labor que no tiene precio para la cantante de música llanera María José Hernández, conocida como la “potra de Anzoátegui”.
“La música extranjera hace que los niños pierdan su identidad”, dice, por lo que considera un trabajo humanitario promover el arraigo por la cultura.
Rodeada de niños entre 11 y 17 años del Liceo Nacional José Leonardo Chirinos de Barcelona, asegura que el rescate por el sentido de pertenencia es parte de su pasión, como también brindar apoyo a los pequeños que la necesiten.
Herencia
“Mi abuelo era mandolinista, oriundo de Boca de Uchire. Llegó a tocar junto con el Retablo de Maravillas de Yolanda Moreno”.
Piensa que su trabajo podría tener algo de vocación hereditaria, la misma que adoptaron sus hijos José Alejandro (21 años) y Alejandro Quijada (17).
Al hablar de su labor familiar relata que la “música es un fenómeno”.
Recuerda que a los 15 años, cuando estudiaba en el Liceo Humboldt de Oriente, su profesor de música le solicitó representar a la voz liceísta de 1986.
“En lo particular nunca imaginé que iba ser seleccionada por el plantel. Cuando llegué a su oficina me dijo: Hernández, cante ‘Moliendo café’; y yo, asustada le respondí que no me sabía la canción (risas), así que entoné ‘El negro y el catire’, con el cual gané el primero de muchos festivales”.
Años más tarde participó en la Panoja de Oro en Valle de la Pascua, en el estado Guárico, donde tuvo la oportunidad de compartir con músicos como Alejandro Rondón y Orlando Amundaray.
Después de su participación en el festival comenzó su formación como artista profesional, y en 2007 trabajó en su primera producción discográfica, titulada “Doble cara”, bajo la producción de Carlos Notaro.
Sin embargo, tras separarse de su esposo, decidió dedicarse a ayudar a niños con problemas de conducta a través de la ejecución de instrumentos musicales, práctica de canto y promoción cultural.
En ejercicio
Luego de hacer un diagnóstico en comunidades de pobreza extrema, la “potra de Anzoátegui” empezó a trabajar en la cultura a través de la música.
Villancicos y aguinaldos fueron parte de sus inicios en la parroquia Santa Lucía, ubicada en la comunidad de Boyacá, en la que atendió a jóvenes con problemas de alcohol, embarazo precoz, drogadicción y discapacidad.
“Ayudar a los adolescentes era mi misión, había que hacer algo que no muchos hacen”, comentó Hernández.
Fue así como meses más tarde nació la primera coral de personas con discapacidad del municipio Simón Bolívar, integrada por 17 adultos y siete adolescentes, “todos con limitaciones de la vista”.
La promotora cultural cuenta que ver a niños con síndrome de Down y con trastornos de Asperger también la motivó a seguir su recorrido por otros sectores.
“Durante una visita en el módulo cultural Eduardo Sifontes de Camino Nuevo, en la capital del estado, se les dio la oportunidad a muchas madres de inscribir a sus hijos en la disciplina del canto para involucrarlos en la cultura”.
Además menciona que su labor humanitaria se extendió a la Casa del Adulto Mayor José Antonio Anzoátegui, donde también formó la coral de parranda navideña Árbol del Saber, con la participación de 27 abuelos.
“Los conciertos y presentaciones de gaitas ya son toda una tradición en muchos sectores de Barcelona. Una vez se avecinan las fiestas, la gente en la calle empieza a preguntarme cuándo se harán”.
Puerto La Cruz / Zona Norte