El dilema de participar o no en una elección impresentable como esta es falso y sólo conducirá a una nueva derrota, que caerá como un plomo en un país y en una sociedad agotada, decepcionada y engañada. Finalmente la oposición quedó encerrada en una situación de perder-perder.
Votar o no votar no es la pregunta que se debate entre la verdad y la mentira, lo racional y lo irracional, el éxito o el fracaso. Estamos debatiendo encerrados entre dos extremos perdedores, con argumentos ciertos cada uno de ellos y a la vez con problemas estructurales que impide ganar con cualquiera de los dos.
Arranquemos por la decisión del G4 de llamar a la abstención. Su lógica es impecable. ¿Cómo puede la oposición institucional, frente al nombramiento sesgado del CNE, sin cambios en las condiciones de participación, sin negociaciones políticas, con presos políticos, asilados o exiliados y con los directorios de los partidos de oposición defenestrados e intervenidos por el gobierno, llamar al pueblo a votar en esa elección? Nadie puede retar la racionalidad de esa decisión.
Entonces ¿cuál es el problema? El mismo que ha tenido en la historia política del mundo y en los intentos previos de estrategia abstencionista en Venezuela: la probabilidad de provocar con ello los cambios políticos son tan bajos que podrían considerarse irrelevantes.
Y después de no votar, ¿qué? ¿Cuál es la estrategia para convertir la energía potencial de una oposición mayoritaria que desea a Maduro fuera del poder en energía cinética que realmente produzca ese cambio?
Celebrar una abstención mayoritaria es como un pase de cocaína: te hará sentir muy bien en el momento, ¿y después? Si lo vemos a la luz de los resultados previos, cuyos argumentos favorables se resumen en ética y respaldo internacional (incluyendo el control de los recursos externos del país por parte del gobierno interino), la proyección futura de esta decisión proyecta el mismo resultado: una oposición sin capacidad de cumplir su promesa de provocar el cambio de gobierno y, aunque logre quedarse en poder simbólico con el control de la AN previa y mantener a Guaidó reconocido por una catajarra de países (que igual no han podido ayudar a producir el cambio durante todo este tiempo, ni lo harán en el futuro) está condenada a la irrelevancia, como Aristide en Haití o el gobierno en exilio de España en Mexico o de Cuba en Miami.
Pero esta proyección pesimista sobre la decisión del G4 de no participar no significa que la otra alternitiva, llamar a votar, sea mejor. Primero porque ya es imposible lograr una unidad sobre la votación en la oposición y llamar al pueblo a votar, en las condiciones actuales, sin confianza en las instituciones, sin control de los partidos, sin unidad ni liderazgos opositores conectados sólidamente a la población, hace que el resultado esté cantado: un pueblo que hará cortocircuito y se abstendrá pese a los llamados de sus líderes naturales, creando una condición peligrosa de validación al circo “electoral” muy bien planeado por la revolución, quedando aún peor frente a sus aliados internacionales, que a la postre han quedado… como lo único que queda.
Como suele ocurrir en estos dilemas falsos, la solución al problema existe, pero no está a la vista de quienes se quedaron pegados en lo evidente. La solución no está ahí entre votar o no votar en una elección sesgada. Exige pensar fuera de la caja y provocar propuestas distintas de acción, que convenzan al pueblo de que sí se puede participar en todos los tableros a la vez, si sabes hacia dónde vas y qué harás con ello y entiendes que es una guerra de largo plazo y no una batalla puntual que, por cierto, está perdida de antemano.
Desde Caracas / Luis Vicente León