
“¿Y tú qué crees que va a pasar?”
Esta interrogante ya se había convertido en una de las más formuladas entre amigos, vecinos y conocidos en los hogares y calles de Caracas desde antes del pasado lunes, 24 de noviembre, cuando se oficializó, a través de una publicación en el Registro Federal de Estados Unidos, la designación del llamado Cartel de los Soles como organización terrorista.
Dos días después, la incertidumbre de los caraqueños sobre lo que significaba este nuevo peldaño en la escalada de tensiones entre la Casa Blanca y Miraflores se había incrementado también.
Paradójicamente, en la cotidianidad de los capitalinos, no había nada que tradujera esto en algún tipo de alarma. De las conversaciones más casuales, salpicaban palabras como “guerra” o “invasión”, y, sin embargo, la tranquilidad parecía ser la norma.



La lluvia intermitente que cae este miércoles desde la mañana sobre la capital ayuda, de alguna manera a transmitir ambiente de calma. La gente se traslada en transporte público o metro hacia sus trabajos, el flujo de vehículos por calles y avenidas es el habitual y los comercios reciben a sus clientes. A las 8:35 am, la Unidad Educativa Gran Colombia, uno de los centros de enseñanza más grandes de la capital, ubicado en la parroquia Santa Rosalía, en el suroeste caraqueño, recibe a decenas de estudiantes despreocupados.
A las afueras de las instalaciones, en la avenida Roosevelt, una extensa hilera de vehículos particulares, taxis, camionetas y jeeps hace fila por más de dos cuadras, esperando su turno para llenar el tanque de gasolina en una estación de servicio cercana al terminal de La Bandera, algo común y corriente en el país; las colas por combustible, desde hace años son parte de la cotidianidad, no son vistas con intranquilidad. Son ya parte del paisaje, de la cultura de vivir en el país.
Tampoco hay ambiente de “compras nerviosas” este miércoles 26 de noviembre. Los expendios de alimentos mantienen su flujo habitual de clientes. “Lo normal”, dice una de las cajeras del supermercado Central Madeirense, del Centro Comercial Chacaíto en Caracas. Niega con la cabeza cuando se le pregunta acerca de la posibilidad de que estén ocurriendo “compras nerviosas por los rumores”. Admite que, si bien la entrada de personas pudo haberse incrementado algo en la última semana, es a causa de la llegada de la Navidad.
“Acá no va a pasar nada”, dice una señora quien espera por pagar un paquete de arroz, azúcar y una mano de cambures, en la misma caja. “Si algo pasa no será un bombardeo”, agrega.
Los rumores resuenan con las palabras “guerra” o “invasión”. Sin embargo, en los establecimientos comerciales capitalinos, la gente parece más preocupada por la situación económica y de si el dinero le alcanzara para sus compras diarias. La incertidumbre se siente en el ambiente, pero parece haberse repartido en otros temas.

En una camioneta, que pasa cerca de la Universidad Central de Venezuela, un hombre de cabello blanco habla con una mujer. Se queja por acabar de comprar un medicamento llamado Sulfasalazina por Bs. 2 mil 500, y de haber pagado, días atrás, más de Bs 3 mil en pollo. “El pobre lleva palo”, responde la mujer, “y ahora en diciembre, peor”, agrega. “El sueldo sigue igual, y aquí nadie protesta”, la secunda el hombre.
En el Metro de Caracas, el trayecto desde la estación Plaza Venezuela en dirección Palo Verde, muestra vagones repletos de pasajeros. Unos están con sus auriculares inalámbricos, otros permanecen absortos con sus celulares y los menos, conversando con las personas más cercanas. Un hombre comenta a otro acerca de un “audio que le pasaron” sobre un supuesto -e infundado- “cierre” de las vías de acceso a La Guaira.

En Chacao, al Este de la capital, escampó brevemente a las 9:42 am. En el supermercado LUZ, frente a la estación del metro, una decena de personas hace fila para pagar en la caja sus compras ordinarias del día. Dos cuadras más abajo, en la panadería Villa Chacao, las mesas dentro del establecimiento son ocupadas principalmente por parejas que disfrutan de un café y de una charla relajada. No se percibe la ansiedad que podía generar la política internacional, agitada desde hace semanas por la subida de tono entre los gobiernos de Estados Unidos y de Venezuela.
A las 10:29 am, la lluvia vuelve con intensidad en la Plaza La Candelaria, en el centro de Caracas. Ya han transcurrido más de cinco semanas desde la canonización de José Gregorio Hernández el 19 de octubre, y los feligreses que pasan por la Iglesia de Nuestra Señora de La Candelaria aprovechan para entrar y tener un breve instante de recogimiento y oración frente al monumento donde reposan los restos del médico convertido en santo. Otros permanecen sentados en los bancos del templo a la espera de la próxima misa.
“No creo que pase nada”, responde un hombre de mediana edad y barba, parado al final de la nave lateral derecha del recinto. “Y no va a pasar nada, porque alguien se va a rendir”.

En la avenida Urdaneta, donde se ubican las sedes de distintos organismos públicos, el tránsito vehicular es similar al de cualquier otro día. No hay despliegue de fuerzas públicas fuera de lo común. Frente al Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, se deja ver un camión blindado y siete efectivos de seguridad vestidos de negro y portando armas largas. La entrada del edificio del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) muestra su más que visible decoración con motivos navideños, incluyendo un enorme cajón rojo hueco e iluminado, con las palabras “Feliz Navidad”, para que las personas se tomen fotos.
La lluvia le resta su concurrencia habitual a la Plaza Bolívar. Son más de las 11:00 am.
Cuando el agua da una pequeña tregua, un hombre vestido como El Libertador se acerca a la estatua ecuestre del Padre de la Patria para tomarse fotos con los pocos visitantes que pasan por allí. “No va a pasar nada, el Presidente va a salir bien de esta situación y se va a quedar”, asegura Jesús Gómez, un pastor evangélico de 52 años proveniente de Yaracuy. “Este proceso que no es corto. Lo que está pasando afecta a toda la región en lo político, pero también impacta en la economía. Lo que están buscando es el control energético, el control de las reservas de petróleo”.
“Para mí si va a pasar”, dice Rafael a sus casi 60 años, mientras ordena papeles en una carpeta, usando como apoyo un banco de la plaza. “El operativo de EE.UU. no será en vano”.

En los pasillos del Mercado de La Hoyada, comerciantes ofrecen zapatos, pantalones, camisas y prendas de todo tipo. El lugar está abarrotado de gente. La Navidad está llegando, pero aún no domina el ambiente: la preocupación por rendir el dinero es lo que se impone en el ánimo.
Lo mismo se ve en el bulevar de El Cementerio, en el suroeste de Caracas. La afluencia de personas es constante y abundante en medio de cientos de puestos que exhiben mercancía, como imitaciones de jeans de marca, franelas con las imágenes estampadas de Messi o Ronaldo, peluches de Disney, pijamas, equipos de sonido, gorras de equipos de béisbol. Las ofertas de regalos del Niño Jesús o San Nicolás dan la sensación de normalidad. Los vendedores no aseguran que las ventas han aumentado.
Caminar en medio del bullicio es muy parecido a cualquier otro año a finales de noviembre en la capital de Venezuela.
Solo que ahora, aferrarse a la tranquilidad de lo cotidiano se había convertido también en una forma de sobrevivir a la incertidumbre política del país.





Caracas / Rodolfo Baptista


