Un día de junio de este año Samuel, de 10 años y residente de los Altos Mirandinos, se empezó a descompensar. En su corta edad no había tenido mayores inconvenientes de salud, sus padres pensaron que tenía una especie de virus. Al corto tiempo sufrió una baja de tensión que definitivamente encendió las alarmas. Fue trasladado a Caracas y, luego de exámenes se percataron que los niveles de azúcar en la sangre estaban elevados, además de otros valores.
El niño fue diagnosticado con una acidosis diabética – complicación grave de la diabetes que se produce cuando el cuerpo acumula sustancias ácidas llamadas cuerpos cetónicos- e ingresado a cuidados intensivos-. A partir de ahí, la vida de Samuel* y la de sus progenitores cambió para siempre.
Fue un golpe duro para el núcleo familiar, primero asumir una realidad crónica y segundo enfrentarla en un país con condiciones adversas.
Tanto la vida de Samuel* como la de millones en el planeta gira en torno a lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha catalogado como “un problema de salud pública”.
Aunque no se manejan cifras oficiales desde 2016, el presidente de la Academia Nacional de Medicina, Huniades Urbina, dijo que en Venezuela se estima que 56 000 personas que viven con diabetes, entre adultos y menores de edad.
El médico pediatra intensivista indicó que hoy en día la diabetes es considerada más una condición con la que toca vivir, más que una enfermedad.
“Algunos pacientes necesitan insulina para poder superar su condición, otros se manejan con dieta y tratamientos orales”, dijo.
Urbina indicó que, de acuerdo a las más reciente conversación entre miembros del Ministerio del Poder Popular para la Salud y organizaciones no gubernamentales, se determinó que la insulina no está llegando de manera continua a las diferentes regiones del país. “Además de que no se consigue en cuanto a cantidad y calidad, debe ser refrigerada y es toda una logística para enviar esas dosis al interior”., explicó.
Previo a las elecciones del pasado 28 de julio, el gobierno de Maduro promovió una campaña con vallas en Caracas donde expuso que las sanciones económicas impedían la importación de insulina para su posterior distribución gratuita en el sistema público de salud.
Previo al diagnóstico de Samuel*, solo su padre trabajaba, pero ahora su mamá también lo hace, de otra forma, sería imposible costear su tratamiento y alimentación.
Al niño le deben cambiar cada quince días un censor de insulina que se coloca en su brazo y que mide sus niveles varias veces al día para indicar cuántas dosis debe inyectarse. Le corresponde usar dos tipos de insulina distinta que debe colocarse al menos cuatro veces al día.
Según cálculos, incluyendo medicamentos, consultas a especialistas y dieta balanceada, los gastos para su familia pueden rondar entre 300 y 400 dólares mensuales.
Martha Palma es miembro de la fundación Guerreros Azules, una coalición de madres de niños, niñas y adolescentes con diabetes tipo 1 que persigue sensibilizar a la población sobre el tema.
“Trabajamos principalmente en el área educativa, no solamente en Caracas sino a nivel nacional”, dijo.
Palma informó que un paciente infantil puede gastar en medicamentos la cantidad de 150 dólares mensuales, sin incluir la alimentación.
“La insulina puede costar $25 dólares, 50 cintas pueden salir en $15 y, regularmente un paciente usa como 300 al mes, estamos hablando de una condición que implica mucho dinero y ese dinero es para salvar la vida”, recalcó.
También, comentó que en torno a la diabetes existe una notoria desinformación.
“La gente cree que es una condena de muerte, pero con una buena alimentación e insumos se puede tener una vida absolutamente plena”, garantizó.
Caracas / Runrunes