Luego de dos novelas autobiográficas sobre su infancia y su adolescencia, Xavier Velasco creyó tener claro que su vida perdía interés literario, pero se equivocó.
“El último en morir”, su más reciente libro, retrata esos preciados años de veinteañero en los que fue estudiante de letras, paracaidista y periodista.
La novela, presentada en la edición virtual de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, comienza cuando decide, tras la muerte de su abuela, comunicarle a su familia que abandonaría sus estudios de ciencias políticas para estudiar letras. Estaba angustiado porque no se lo había contado a nadie más que a su abuela, quien lo solapaba y apoyaba.
“Era el funeral de mi abuela y dije, ‘se los voy a decir de una vez’. Digamos que aproveché el momento y les dije ‘así va a ser y mi abuela ya lo sabía’”, dijo Velasco en una entrevista reciente por videollamada desde la Ciudad de México.
Pero lo hizo “con pedagogía”, agregó, al presentarles las ventajas de su plan. Parte del acuerdo era que cambiaría de carrera pero él mismo pagaría su colegiatura en la Universidad Iberoamericana, una institución privada dirigida por jesuitas en la que suelen estudiar jóvenes de familias adineradas. Aunque hubiese sido más fácil por lo económico, no quiso cambiarse por ejemplo a la UNAM, que es pública.
“Por fines matrimoniales”, agregó Velasco con humor. “Me gustaban un montón de chicas ahí”.
El experimento no le salió tan caro. Al final debía dos semestres, que nunca pagó, comentó riendo. Y disfrutó tanto su veintena que la estiró hasta entrados sus 30.
Maravillas
“Una de las cosas maravillosas de los 20 es que no te importa nada. Los errores te salen muy baratos… Es el momento para cometer errores. ¿Qué más da? No pierdes nada”, indicó, mientras expresó su solidaridad con los veinteañeros de la actualidad por todas las actividades que la crisis sanitaria les ha arrebatado.
El libro también relata cómo ganó un concurso de cuento en sus pininos en letras, así como sus clases con el poeta argentino Hugo Gola, fallecido en 2015.
En una de sus mejores clases Gola les señaló un árbol por la ventana y les preguntó si sabían qué tipo de árbol era. Nadie supo responder, a lo que Gola agregó escandalizado que cómo pretendían ser poetas si no sabían los nombres de los árboles. Otro día se desanimó porque la clase no leyó “Altazor”, y en otra clase los sacó a ver el atardecer al aire libre.
“El mejor maestro que alguna vez tuve”, señaló Velasco. “Era un hombre que cada vez que hablaba de poesía le centellaban los ojos, se le ponían entre rojos y amarillo de brillo … No había manera de ignorarlo, si tu sentías que la literatura te tocaba, necesitabas a Hugo Gola”.
Petición
El mismo Gola lo instó a buscar la literatura fuera de las aulas, algo que se le facilitaba a Velasco, cuya premisa era que si quería ser escritor tenía que vivir una vida intensa: saltar en paracaídas, comer hongos alucinógenos en Oaxaca, salir de ronda con prostitutas. Le costaba, en cambio, declarar su amor a las chicas.
“Era yo muy mustio, muy hipócrita, muy tímido”, declaró el autor de 56 años de novelas como “Diablo guardián” y “Los años sabandijas”. “Siempre estaba metido en alguna locura, siempre estaba metido en algún problema o estaba haciendo planes para meterme en un problema, pero de eso se trataba”.
“El último en morir”, que le dedica al oficio de escribir, surgió de uno de sus impulsos. Lo hizo en secreto, guardándolo incluso de su esposa, Adriana Mojica, quien suele acompañarlo en su proceso creativo.
“Uno como novelista tiene que escuchar al instinto, creo que yo lo escucho demasiado”, añadió acompañado de sus cinco perros Jerónimo “El Coautor”, Casandra, Carolina “La niña”, Teodoro y Ludovico.
Ciudad de México / Berenice Bautista / AP