Estamos tan llenos de ira que hasta el más tranquilo y calmado venezolano sueña con dejarse llevar y lanzarse a la calle armado de palos y piedras para desahogar su rabia y frustración, pero con el agravante de que percibe que la solución a sus problemas pasa por la necesidad de encarar (y magullar) a los cómplices de este desastre.
Y esto viene dado por circunstancias bien concretas, pues a muchos les cuesta entender cómo es posible que aún existan coterráneos dispuestos a seguir apoyando una gestión que no asume responsabilidades ni reconoce errores. Les resulta muy cuesta arriba aceptar que existan compatriotas que luego de dos décadas de gobierno chavista/madurista, sigan achacándole la culpa de los problemas de la luz, el agua, el desabastecimiento, la inflación, la falta de medicinas, incluso, los muertos de cada fin de semana, al sector opositor.
Es así como hoy por hoy todos pareciéramos ser bombas de tiempo prestos a ser activadas por cualquier circunstancia, por pasiva que esta sea. Muchos sentimos que nuestro “David Bruce Banner interior” (ese Hulk verde que llevamos dentro) no es suficiente para cambiar las cosas, sobre todo en un marco donde a diario se deteriora nuestra calidad de vida, en un país donde la mayoría se está muriendo de hambre… ¡Grrrrrrr! Diría el monstruo verde.
A lo mejor, todos tenemos una cuota de culpabilidad en cuánto nos acontece, pues muchos abonaron por largo rato visiones apocalípticas sobre el país (hasta mis recordados Arturo Uslar Pietri y Juan Liscano lo hicieron en algún momento), y los peores, proclamaron el advenimiento de un Mesías, de una “gorra” salvadora... Todos, en alguna medida, y durante los últimos 30 años, estimulamos un cambio radical. Y bueno, terminamos facilitándole las cosas a esta satrapía aventurera.
¿Consecuencia? Nos han humillado como les ha dado la gana… Pero tan profundamente que a muchos les cuesta pensar en reconciliación y mucho menos en “pasar la página”. Y todos nos hemos envilecido de alguna forma, pues ante la burla y descalificación constante (desde llamarnos traidores, terroristas, escuálidos, apátridas, majunches, hasta mandarnos “para la mier…” eventualmente), poca “paz y amor” puede esperarse en el futuro.
No en balde ha sido demasiado el desprecio, la degradación, la vejación… E infinitos los episodios lúgubres grabados en las mentes de tantos venezolanos dignos, quienes (cual bofetada) siguen sufriendo esa procesión que “va por dentro”.
Y nos preguntamos entonces, ¿Cómo obviar tantas confiscaciones de fincas, empresas, comercios, locales, edificios, medios impresos y emisoras de radio y televisión? ¿Cómo olvidar los infinitos heridos, presos y muertos de este régimen? ¿Cómo no sentir dolor ante la partida de nuestros hijos, quienes por necesidad están abandonando el país buscando un futuro mejor?
Cómo pasar por alto a la sarta de mal vivientes que en roles de funcionarios y ministros se han frotado la entrepierna con saña y perversidad haciendo lo que les da la gana con el erario público? ¿Cuántas veces nos han llamado cobardes, cabrones y traidores pero con tanques y batallones como respaldo? ¿Cuántas lágrimas derramadas? ¿Cuántos seres perdidos?
El espectro nacional de las humillaciones sufridas pareciera infinito… Y mientras tanto para el monstruo verde el cuerpo del doctor David Bruce Banner ya se le hace pequeño.
Así de simple.