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“Sin luz no puedo tener tranquilidad mental”

marzo 4, 2020
El adulto mayor Gonzalo Díaz, tiene que lidiar con las fallas de los servicios públicos en Táchira / Foto: La Nación

Con 75 años de edad, Gonzalo Díaz tiene aún la determinación de dar la lucha, sobre todo desde su posición de taxista agremiado junto a sus colegas, logrando que el abastecimiento de combustible para la unidad, con la cual no solo se moviliza sino que se gana el sustento diario, sea lo menos tortuoso posible.

Pero, igual, por gasolina ha tenido que trasnocharse por varios días, bajo las circunstancias más desgastantes; por gasolina ha muerto en la orilla, cuando estando a muy poco de ser surtido, ¡zas!, se le ha ido el flujo eléctrico y se pospone el llenado para el otro día; por gasolina ha pagado pimpinas en miles de pesos; por gasolina, sencillamente, ha tenido que parar indefinidamente su vehículo, o en compañía de otros, tan víctimas como él de esa situación, trancar calles en señal de protesta, protestas que le han valido la amenaza de bloquearle el chip.

No obstante, y con todo lo complicado de esa situación, la tiene en valor menor; pues es el colapso de los servicios públicos, en todos los órdenes, lo que realmente se ensaña con su salud física y psicológica.

Problemas de salud lo aquejan, y parte de la medicación la ha podido solventar desde el exterior, mediante la ayuda de sus hijos.

Por los altos costos del tratamiento, aproximadamente 90 mil pesos colombianos -algo realmente que un salario mínimo promedio de un latinoamericano puede cubrir-, y en vista de que se sentía mejor, se atrevió a suspenderlo, con la consecuencia de que hace poco volvió a recaer en convulsiones, y crisis nerviosas, que ameritaron la intervención de sus compañeros de trabajo de la línea Antonio José de Sucre, en su ayuda.

No obstante, como nos relata, sus padecimientos no solo los relaciona a un origen somático, pues la situación en general que vive el país ha afectado su estabilidad psicológica, esa ha sido, en su concepto, la raíz de todos sus males.

La luz, lo más grave

Pero no es tanto el tener que “aparar” agua continuamente para enfrentar racionamientos del vital líquido; no es tanto el haber tenido que ver el rostro feo de la delincuencia, que le conllevó el saqueo de su negocio, y la pérdida de 40 años de trabajo; no es tanto el estar obligado a pagar en pesos por el gas; ni el toparse todos los días con el feo aspecto de la basura acumulada alrededor del edificio Propatria, por el mal servicio del aseo que se está prestando, y también por el comercio informal de víveres en los alrededores del punto denominado “sede de Dimo”, que de paso bloquea las áreas de estacionamiento, en una suerte de violación impune de los espacios públicos.

No es tanto todo eso lo que lo pone mal e indispone su estado de ánimo, sino la falta de luz. En su percepción priorizada de la gran gama de problemas que se confabulan contra la cotidianeidad del tachirense, los cortes intempestivos y prolongados del servicio eléctrico resultan para él algo grave, y que en últimas dificulta ese proceso de “adaptación” –no hay quien le daría el título más duro de conformismo-, en el que, por las buenas o por las malas, nos estamos ajustando todos.

Uno de sus deseos es poder hablar personalmente con el defensor del Táchira. Freddy Bernal, y plantearle la situación suya y la de sus vecinos, que incluye el Centro Médico Rotary Torbes, para que al menos puedan ser reconectados con la línea de transmisión de electricidad que alimenta al Hospital Central y así hacer más llevadero el racionamiento. Para hacer este ajuste técnico se necesitaría una inversión económica, que él no está en capacidad de hacer, pero que él la podría zanjar con una insólita propuesta:

“Yo le cedo mi pensión de 40 años, y los bonos en petros que supuestamente he recibido, que yo nunca los he tocado; para yo poder pagar cualquier préstamo del Gobierno, y así me permita tener luz más seguido. En realidad, no cobro mi pensión porque no me cubre ni el 10 % de los gastos mínimos que yo como adulto mayor necesito para mi salud”, expresa.

Intranquilidad por malos servicios

“Sin luz no puedo tener tranquilidad mental”, insiste, aunque no se trata solo de eso, hay un cuadro complicado de problemas, entre los que también se incluyen la recolección de basura, la falta de agua y de gas.

“Yo, solucionando el problema de la luz –agrega-,  me quito el problema mental. Cuando yo llegó aquí, en la tarde, sin luz y no veo noticias, no puedo muchas veces cocinar; me atormento. Para cuidarme me tomó un buen batido de frutas y verduras, que me da mucha energía, pero sin luz, ¿cómo lo hago en la licuadora?”, expresa.

Eso no quiere decir que asuntos como el agua no le preocupen. Desde hace 15 días piensa que el racionamiento se ha hecho más crítico, y calcula que apenas tres días ha llegado y por unas cuantas horas, a lo que contribuye la poca fuerza con que sube a su apartamento, y que también le ha impedido la instalación de un tanque en el edificio, por lo que debe guardar el líquido en pipotes.

“Nosotros, en la urbanización Propatria, recibimos gas en noviembre, que habíamos pagado en octubre. Resulta que las bombonas no vienen completas, yo tengo una bombona con capacidad de 18 litros, y la instale y la gaste rápidamente. Instalé una de 10 kilos, que tuve que pagar por un millón de bolívares. Lo que nos dicen es que no se sabe cuándo volverán a recoger las bombonas”.

Sin respeto a los ancianos

“Con la edad que tengo, sigo con deseos de salir a la calle; no quiero que nadie me mantenga, mucho menos el Gobierno. Yo creo que si tuviese luz, agua, gas, no habría tenido la crisis que tuve”.

Ha presenciado el irrespeto al que un adulto mayor es sometido, y la poca atención oficial que se le da, un dolor con el que debe lidiar, además del abandono obligado por las circunstancias de una familia en diáspora

“El adulto mayor en Venezuela está total y absolutamente desprotegido. Nosotros no tenemos seguridad de ningún tipo. Lo de la pensión es tan irrisorio, que no se puede ni tomar en cuenta. Eso no da ni para un cartón de huevos, ni para un kilo de azúcar”. Para mi tratamiento requiero 14 meses de pensión, mientras que un colombiano gastaría el 10 por ciento de su salario mínimo. En las busetas he visto cómo se le maltrata cuando este no tiene cómo pagar un pasaje. Hay muchos taxistas de mi edad que han estado padeciendo y el peor problema es para los que viven fuera de San Cristóbal, pues ellos vienen de San Antonio a surtir el día que les corresponde y si no hay luz tienen que devolverse para allá, y en el ir y venir gastan gasolina. Encima de todo, apenas si hacemos dos o tres carreras diarias, con lo que si solventamos nuestros problemas minimamente”.

Táchira / La Nación 

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