Tal vez, en esta ocasión, sea criticado y echado al lodazal de la calumnia; sin embargo, serviré como algo así como el abogado del diablo. En las siguientes líneas quisiera hacerme referencia al nombramiento del nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE) y, puntualmente, a la figura del nuevo rector Rafael Simón Jiménez.
Quisiera empezar por aclarar que no conozco en persona al integrante del Directorio del órgano electoral, así como tampoco conocí a Luis Emilio Rondón (hijo) o a Vicente Díaz, antiguos ocupantes de una silla en el Poder Electoral venezolano. Sin embargo, la percepción que tengo de Rafael Simón Jiménez es positiva.
Como figura pública ha mantenido una posición firme y consecuente. Mi primera memoria sobre él viene de los tiempos de los inicios de Hugo Chávez y su, en mala hora, primera elección presidencial.
En aquellos días Rafael Simón Jiménez, paisano del entonces presidente, formaba parte de aquel equipo que había irrumpido en la vida nacional haciéndose con el poder.
No obstante, no tardó el ahora rector en abrirse y marcar posición ética con relación a las actuaciones de Chávez. Se distanció de ese modelo y constituyó su propio partido político: “¡Vamos!” Desde donde empezó a exteriorizar con más fuerza su oposición al Gobierno nacional.
Posteriormente, el Partido Vamos se disuelve y se pliega a Un Nuevo Tiempo (UNT). Por mucho tiempo, puedo recordar ahora, al señor Rafael Simón Jiménez ofreciendo declaraciones o aceptando invitaciones en programas de TV y radio donde exponía con claridad su desacuerdo con el régimen imperante en Venezuela.
Con elocuencia, gracias a su conocimiento personal de Chávez, no gracias a la arena política sino por sus vinculaciones de coterráneos barinés, y por su notorio dominio de la historia, el nuevo rector siempre tuvo una frase idónea o una idea clara para categorizar y criticar al Gobierno.
Rafael Simón Jiménez, en su oportunidad, aceptó el reto de competir por la Gobernación de Barinas, roncándole en la cueva a la dinastía de los Chávez Frías en ese enclave entre los llanos y el occidente de Venezuela.
Ahora bien, si en el pasado participé, en mi calidad de elector, con un CNE con la presencia de Vicente Díaz, que es meritorio reconocerle su papel de defensor de la legalidad y el debido proceso; si en el pasado voté con un Luis Emilio Rondón que muy poco sabía de él y que sus posiciones fueron bien timoratas en comparación con las de Díaz. Entonces, ¿por qué no darle un voto de confianza a Rafael Simón Jiménez como vicepresidente del CNE?
La vida me ha enseñado a pensar muy bien antes de hablar, o en este caso antes de escribir. Y después de meditarlo mucho, después de sopesarlo detenidamente, sería injusto que juzgase de inmediato al nuevo rector. Como venezolano pongo mis esperanzas en su firmeza, en su ética y su compromiso con Venezuela. Espero que no nos defraude.
¡Para mí el guarapo dulce, el café amargo y el chocolate espeso!
Desde Barcelona / José Dionisio Solórzano