Si en algo tenemos experiencia los venezolanos es en acabar desde adentro un país. Lo hicimos en efecto con la República de Venezuela.
Fueron personas formadas por ella las que con actuaciones institucionales por una parte y por la otra desde los medios de comunicación, hicieron lo imposible para debilitarla, venciéndola finalmente el 15 de diciembre de 1999 al aprobar la mayor minoría la Constitución del chavismo, luego de que la democrática alcanzare una vigencia de casi 40 años.
En la distancia, uno observa que España va por el mismo trance venezolano, luego de un poco más de cuarenta años de institucionalidad monárquica y democrática. Así, casi que irónicamente como los quinta columnistas que la historia le atribuye al General Mola, desde lo más alto del poder político de ese país, se está haciendo lo conducente para acabar con un experimento que le ha producido a ese reino los que sin duda forman parte de los mejores años de su historia, tal como la democracia civil hizo lo propio con Venezuela.
Desde lejos, da la impresión de que quienes tienen el control del proceso político español buscan la forma de demeritar o disminuir la figura del Rey Felipe VI quien, constitucionalmente, es su Jefe de Estado, facilitando siempre el accionar de quienes así actúan y permitiendo que desde distintos frentes a dicho soberano se le ataque, sin que medien palabras en su defensa. Esa conducta los venezolanos las conocemos como seguro estoy que les pasa a algunos de quienes allá las practican.
España tiene experiencia histórica de extrema polarización. Las consecuencias las vivieron por cuatro décadas, con lo que todo ello significó para sus habitantes. Transitar de alguna manera un camino pedregoso como el que ya conocieron no debería ser lo apropiado, pero es hacia donde parece va la dirección política, al observar la permanente mirada de algunos por el retrovisor.
La Constitución española establece la forma y manera como sus naturales decidieron organizarse, tal como lo hicimos nosotros en 1961. Esperemos que no surjan allá cerebros jurídicos que, en contravía del pacto social acordado, resuelvan una nueva manera de hacerlo.
Uno que es, por razones filiales y afectivas, seguidor habitual de lo que en la tierra del Quijote ocurre, espera estar equivocado y que la ponderación y la sindéresis priven en el accionar de la dirigencia actual que conduce los destinos de ese país.
Desde Bogotá / Gonzalo Oliveros