Suman 2.500 las familias que residen en el sector 1B del casco central de Puerto La Cruz.
Allí, los vecinos, al igual que quienes trabajan en esa parte de la ciudad, enfrentan problemas que van desde insalubridad hasta malas condiciones viales, además de tener que ingeniárselas para evitar ser víctimas de la delincuencia.
Durante el día, transitan peatones y conductores de vehículos que entran o salen del Mercado Municipal de Sotillo. Al filo del mediodía o 2:00 de la tarde, dependiendo de si la semana es de cuarentena radical o flexible, policías y militares comienzan a indicarles a las personas que se retiren del área.
En esa zona vive, desde que nació, la comerciante Alba Quiñones, de 60 años de edad. Su casa la heredó de su padre, Raúl Quiñones, dueño del otrora Abasto La Guayanesa.
“Aquí uno lo que traga es polvo y malos olores” aseveró la señora, quien expresó que los buhoneros se orinan en las esquinas de las residencias.
40 familias tienen un año sin el servicio de telefonía fija ni Internet en la calle Ricaurte, en la cuadra comprendida entre la Esperanza y la Providencia, en la ciudad porteña. La comerciante Alba Quiñones dijo que -pese a ello- los efectados siguen pagando las tarifas, de 8 y 10 millones de bolívares, porque no quieren perder sus líneas. Los residentes hicieron el reclamo en la oficina de Cantv, en la avenida Municipal, donde funcionarios les informaron que está dañada la tarjeta del casco central. Quiñones expresó que no cree tal versión, pues en los negocios de asiáticos han puesto puntos de venta.
Quiñones afirmó que están en mal estado las calles Ricaurte, Esperanza, Juncal, Simón Rodríguez, Cementerio y Venezuela. Todas las vías tienen baches o botes de agua potable o servida.
En la Ricaurte, cruce con Providencia, se rompió un tubo y se formó un pozo, el que unos vendedores informales lavan pescados. Mientras que algunas personas echan escombros en los huecos para tratar de taparlos.
A quien le toca madrugar es a Juan González, de 28 años, para, ya a las 5:00 de la mañana, salir con cestas de pescado desde Santa Fe¸ estado Sucre, rumbo al centro porteño. Al llegar, instala su puesto cerquita del tubo roto, donde un niño de unos dos años, hijo de una vendedora informal, chapotea entre el agua. El pequeño luce saludable. Parece que tiene buenas defensas.
González ofrece el kilogramo de cojinúa a 4.000 bolívares en efectivo, y el de cabaña a 3.500. Hay días en que vende toda la mercancía, pero otras veces le queda una parte.
González aseveró que se ha salvado de ser asaltado. La misma suerte ha tenido su cliente, el cocinero José Luis Rodríguez, quien afirmó que si la gente se descuida, le quitan hasta la ropa, pues hay hambre y muchas más necesidades.
“Hay mucho malandro en la calle”, dijo María Ortiz, quien ha laborado 30 de sus 49 años dentro y en los alrededores del expendio de alimentos.
La mujer mencionó que cuando “traga moscas”, malamañosos le hurtan mercancía.
Ortiz vende el kilo de pollo a 8.500 bolívares y el de cochino a 7.000. Ella reside en el barrio Bello Monte, donde la seguridad es regular.
Tampoco han robado al vendedor de cazabe, Alfredo Machuca (30), quien lleva dos años trabajando en las adyacencias del mercado.
El señor acotó que individuos con hojillas o navajas rompen los bolsos de las personas para sacarles el teléfono celular y dinero.
ASESINADO A CUCHILLADAS
Freddy José León, de 47 años, fue ultimado durante una discusión que sostuvo con un sujeto en la calle Ricaurte, cruce con avenida 5 de Julio, en el casco central de Puerto La Cruz. Era la 1:30 de la madrugada del sábado 3/7 cuando ambos intercambiaron palabras por causas desconocidas. De pronto, el sujeto todavía sin identificar, sacó un cuchillo y le infligió a León tres heridas en la parte posterior del cuello. El asesino huyó. La concubina, cuyo nombre no fue suministrado, trató de auxiliar a su marido Félix, pero ya estaba sin vida.
Machuca recordó que a mediados del año pasado, él y otros comerciantes informales de la calle Venezuela fueron reubicados en un estacionamiento, entre las vías Ricaurte y Providencia. Diariamente le pagaban una cuota a la Asociación de Trabajadores del Mercado (Asotram).
Y en septiembre, los buhoneros se salieron del aparcadero, pues allí no vendían tanto como en las calles.
Machuca dijo que por el sector pasan agentes de la Policía Municipal de Sotillo (Polisotillo), Policía del estado Anzoátegui (Polianzoátegui) y de la Policía Nacional Bolivariana (PNB).
“Los oficiales hacen recorridos, no tanto para patrullar, sino para pedir colaboración, un producto gratis. Y hay que dárselos, pues de lo contrario le montan el ojo a uno”.
La estudiante Nadia Centeno (28) ratificó que los oficiales están en la vía, sobre todo cuando los choferes hacen cola para surtir sus vehículos de gasolina en las estaciones de servicio del casco central.
La joven lleva 20 años residenciada en el edificio Concordia, de cinco pisos, situado en la calle de igual nombre. Contó que en una ocasión, zagaletones se metieron y se llevaron los bombillos del pasillo del primer piso.
En la misma cuadra, frente a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en un poste del alumbrado público, vecinos colocaron dos papeleras, en una escribieron envases de vidrios y en la otra, botellas plásticas.
La gente no le para a las indicaciones, pues en ambos recipientes echan todo tipo de desperdicios.
Mientras pintaba la reja del templo, el quincuagenario Edwin Vera relató que lleva 15 días de trabajo en la iglesia y no ha tenido ningún percance.
Acotó que el sábado 26 de junio le informaron que en la calle Simón Rodríguez apuñalaron a un hombre, aunque desconocía los detalles.
Vera vive en el barrio El Amparo de Pozuelos, el cual -a su juicio- es tranquilo. Próximo a la iglesia de los mormones, el sexagenario Alcibiades Merchán ofrece artículos nuevos y usados, más que todo de ferretería. Una brekera cuesta cinco dólares, un codo de tubería $2 y un juego de pocillos de porcelana $4.
“Por la calle pasan bandidos, pero estamos pendientes. Nosotros mismos nos cuidamos para evitar que nos roben”, expresó Merchán.
A una cuadra, en la calle Simón Rodríguez, cerca de la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec) queda la parada de la Asociación Civil Unión de Conductores Tierra Adentro La Caraqueña (UTAC).
Douglas Vitaha laborado 38 de sus 70 años en esta línea de 65 afiliados, pero de los cuales apenas 20 están activos. Los demás tienen los carros parados por falta de repuestos o gasolina.
Vita aseveró que en a cada rato lo roban, no los ladrones, sino los policías y guardias nacionales que le quitan 10 dólares cuando va a echarle 30 litros de gasolina a su carro en una bomba.
Su compañero de oficio, José Rafael Rodríguez (60), quien lleva 20 años en la línea UTAC, apuntó que seis meses atrás, cuando transportaba pasajeros, se puso el celular del lado de la pierna derecha. Cuando lo fue a agarrar para hacer una llamada se dio cuenta de que se lo habían hurtado.
29 años tenía Ramón Aguilar Monasterio, quien fue asesinado el 21 de junio pasado, en Puerto La Cruz. El hombre estaba en la avenida Miranda, a la altura del estacionamiento del área de las hortalizas del Mercado Municipal de Sotillo, cuando intercambió palabras, por una deuda de dinero, con un sujeto conocido como “el caraqueño”. El homicida huyó. Varios ciudadanos informaron a los uniformados del punto de atención al ciudadano (PAC) de Polisotillo que la víctima yacía en el pavimento. Aguilar residía en la calle Ciruelar de la parroquia Chorrerón del municipio Guanta.
Al hablar de las jornadas, Rodríguez explicó que trabajan dos medio días en la ruta centro-Tierra Adentro-La Caraqueña. El pasaje cuesta 700.000 bolívares y lo que ganan les alcanza para medio comer.
Además, el transportista se quejó del mal estado de las vías.
“Algunos choferes trabajan con un caucho cubierto por otro, pues la llanta más económica cuesta $ 35 y una buena está en casi el doble. Reparar el tren delantero vale $ 400 y una goma de freno, $ 20”.
Rodríguez dijo que varios choferes vendieron sus carros como chatarra, pues no tenían dinero para repararlos.
Refirió que desde hace añacatales hay un tubo roto en el túnel de Tierra Adentro. Las heces flotan en el lugar.
CARTERISTAS Y PRODUCTOS GRATIS
Anaís Romero (36 años) vende vestidos y shores a $4, y suéteres a $2, en el centro de Puerto La Cruz. Esta comerciante afirmó que todos saben quiénes son los carteristas que operan en las vías. “Si los policías agarran a uno, le quitan el reloj u otro objeto, y lo dejan libre”. En la misma cuadra, bajo la sombra de una mata de ceiba, el barbero José Ramón Cedeño (22) le cobra a sus clientes un dólar. El joven expresó que los oficiales hacen recorridos para conseguir regalado un paquete de arroz aquí y otro allá. Él ha afeitado de gratis a varios funcionarios.
Para el vendedor informal Giovanni Marval (42) los robos son el pan nuestro de cada día en el centro porteño.
El hombre relató que ladrones tropiezan con la gente para meterle mano a carteras o bolsos y sacar lo que consigan.
“Ellos hacen una vuelta, como la del gallo pataruco cuando va a pisar a la gallina.”
En el momento en que Marval daba su testimonio, se formó un alboroto. Dos funcionarios, que usaban chalecos con el letrero de Seguridad Ciudadana, agarraron a un niño que le había hurtado un celular a un transeúnte.
Uno de los oficiales le dio coscorrones al chico. Varias de las personas que observaban criticaron que lo maltrataran, y otras avalaron que lo castigaran para que agarra escarmiento.
Marval dijo que el chico debe ser adolescente, pero parece de menos edad por estar desnutrido.
El trabajador señaló que cuando ocurren estas situaciones, el ladronzuelo es llevado al trailer de Polisotillo ubicado entre las calles Dividive y Venezuela. Lo sueltan al rato y vuelve a sus andanzas.
Puerto La Cruz / Yraida Núñez