Durante una semana de enero de 2023 en Bogotá, el exdirector de The Washington Post, Martin Baron, vivió asediado de preguntas. Un puñado de periodistas que participaba en el Programa Intensivo de Formación de Editores de Connectas, cátedra que lleva su nombre, lo seguía en sus caminatas, comidas, paseos y, claro, durante sus charlas, para interrogarlo sobre el oficio, su vida, sus anécdotas.
Baron, nacido en Tampa y con una trayectoria que se remonta a los años 70, pasó por las filas de diarios norteamericanos como The Miami Herald y Los Angeles Times. En 1996 asumió un rol como editor en The New York Times y, cuando volvió al Herald, ahora como editor ejecutivo, encabezó la cobertura del caso Elián González y las disputadas elecciones presidenciales estadounidenses del año 2000, definidas por el voto de Florida.
Su rol más público vino después, cuando asumió las riendas del diario The Boston Globe en 2001 y propuso desarrollar una investigación que desnudó los sistemáticos abusos sexuales cometidos durante décadas por sacerdotes de la Iglesia Católica, le valió a él y a su equipo el premio Pulitzer en 2003, y terminó convirtiéndose en Spotlight (2015), la cinta que ganó el Oscar de la Academia como mejor película en 2016.
Estuvo allí durante una década y fue pieza clave en convertir al diario en un plataforma de periodismo de investigación y exponer los sistemáticos abusos sexuales ocurridos en la Iglesia católica de esa ciudad. El trabajo le valió a él y a su equipo el premio Pulitzer en 2003. Esa historia fue contada en Spotlight (2015), la cinta que ganó el Oscar de la Academia como Mejor película en 2016.
En total, durante su carrera, Baron ha acumulado 17 premios Pulitzer. La mayor parte de ellos liderando a The Washington Post, como editor ejecutivo entre 2013 y 2021, cuando se concretó su retiro por jubilación.
El equipo de la Alianza Rebelde Investiga —conformada por TalCual, Runrunes y El Pitazo— conversó con Baron en Bogotá sobre los retos del periodismo, cómo enfrentar al poder y las nuevas maneras de asumir la tarea, además en medio de crecientes dificultades. Durante la entrevista, marcada por su español aprendido por el que se excusaba con frecuencia pero que se entendía a la perfección, el estadounidense aprovechó cada instante para recordar los valores del oficio, que deben permanecer siempre:
«La misión central del periodismo sigue siendo investigar, descubrir, informar, tener la voluntad y la valentía de difundir la verdad, y hacerlo de una manera honesta, imparcial, con mente abierta, pero sin vacilar en el cumplimiento de esta misión».
—¿Cuál ha sido el mayor cambio que ha notado en el oficio de editor y del periodismo en estos años?
—Todo cambió con el desarrollo de Internet y la propagación de la banda ancha en todo el mundo. Eso además potenciado por los (teléfonos) móviles, las redes sociales, los sitios a los que se puede acceder instantáneamente con fotos y todo. Y esto surgió entre los años 2000 y 2007, y lo que ha venido después. Todo esto ha cambiado mucho el rol del editor, porque hay que trabajar todo el tiempo. Difundimos información 24 horas por día, cada día, casi a cada minuto porque los lectores tienen sus expectativas y esperan recibir la información casi instantáneamente. Y además hay una gran competencia, surgieron muchos medios nuevos. Todo eso ha cambiado la vida de un editor. Hay más presión, hay más responsabilidades y son más pesadas que antes.
—¿Qué no ha cambiado, cuál es esa esencia que se mantiene?
—Lo que no han cambiado son los valores y principios que nos llaman a ejercer el periodismo con imparcialidad, con una mente abierta, con una investigación profunda, con honestidad, con la determinación de publicar los hechos que se descubran, publicar la verdad sin vacilar.
—¿Cree que los medios están en crisis?
—Estamos en crisis. Hay crisis de varios tipos. Hay crisis del modelo económico, porque muchos medios siguen buscando un modelo sostenible y no lo han encontrado. Hay crisis debido a la difusión durante la era de Internet de falsedades, teorías de conspiración que no tienen raíces en la realidad, y los esfuerzos de personas, poderosos, políticos por aprovecharse de explotar Internet para lograr sus objetivos comerciales, políticos o de cualquier índole. Incluso el objetivo de derrocar a los gobiernos. Y enfrentamos también la polarización en las sociedades de casi todo el mundo. Eso es una crisis para los medios porque tenemos que encontrar una manera de difundir la verdad y ganar la confianza de los lectores y es más difícil hacerlo en esta era que en el pasado.
Baron se enfrentó a la Iglesia católica, primero, y a la Casa Blanca durante Donald Trump después por su trabajo periodístico como editor de publicaciones que revelaban lo que esos poderes no querían que se dijera. Dos de sus luchas más emblemáticas, pero no las únicas. Desde allí insiste en la responsabilidad del periodismo de investigar a todos los grupos, no importa la ideología, que ostenten algún tipo de poder.
No obstante, no pretende dar lecciones a colegas latinoamericanos que ejercen el oficio en contextos amenazantes, restrictivos y violentos para la profesión. «No creo ser la mejor persona para aconsejarles porque sin importar los obstáculos y los ataques que enfrentaba en EEUU, no he experimentado las mismas condiciones que ustedes en sus propios países. Cada medio, cada periodista tiene que evaluar los riesgos y tratar de difundir la información, los hechos. Pero si un periodista fuera encarcelado no podría escribir otros artículos. Hay que balancear los riesgos. Les toca a ustedes tomar las decisiones de cómo hacer los malabarismos necesarios».
—¿Cuál cree que es su principal legado al periodismo?
—Espero que sea que yo era un periodista bien dedicado a la profesión, a la misión de la profesión, a decir la verdad, que tenía la voluntad y la valentía de difundir los hechos no importa el poder o la persona que estábamos cubriendo.
Martin Baron responde con tranquilidad las preguntas que cualquiera puede hacerle de cómo se entendía con el multimillonario Jeff Bezos como propietario de Amazon y del Post —a quien cubrían como a cualquier otro poderoso—, de cómo era el trabajo en Washington o de cómo vivió desde la redacción del diario el asalto al Capitolio estadounidense en enero de 2021, justo antes de su retiro un mes después.
Pero será en su primer libro de memorias donde podrán leerse detalles. Collision of Power: Trump, Bezos, and The Washington Post saldrá publicado en octubre de 2023, y en sus páginas el periodista relatará sus experiencias al frente del diario más importante en la cobertura política norteamericana, incluyendo los encontronazos que tuvo con el entonces presidente Donald Trump —quien retiró al medio las credenciales de acceso a la Casa Blanca en 2016— y el impacto de la compra del diario por parte del dueño de Amazon, Bezos, en 2013.
—¿De una carrera tan larga, por qué enfocar el libro en su paso por The Washington Post?
—El libro se centrará en mi experiencia en The Washington Post porque fue una década histórica por la compra de Bezos, la llegada al panorama político de Trump y los vínculos con un periódico que había tenido un gran impacto sobre la política estadounidense en los años 70 con la salida del gobierno de Richard Nixon. Decido centrarme en eso, pero durante la narrativa del libro voy a abordar el tema de la investigación a la Iglesia católica. Al final, se trata de la necesidad de exigir que el gobierno rinda cuentas y que todos los poderosos también rindan cuentas.
—¿Era usted un poderoso por formar parte del llamado cuarto poder?
—Sí. Estoy dentro del poder de la prensa, obviamente. Era director de Washington Post y tenía la responsabilidad principal de la cobertura. Reconozco bien que soy una persona poderosa, o lo era. Otros medios o los ciudadanos tienen el derecho a exigir que yo rinda cuentas también, porque los medios deberían responsabilizarse por su desempeño, y cuando cometemos errores deberíamos reconocerlos también. Si no lo hacemos, otras personas tienen el derecho a criticar y evaluar ese desempeño.
—¿Cuál error cree que ha cometido la prensa recientemente?
—He hablado sobre la necesidad de evitar ser parte de unas causas. Deberíamos ser partidarios de la verdad, de la democracia, de la tolerancia. Sin embargo, no creo que deberíamos ser activistas de otras causas, no importa su mérito. Creo que hay algunos miembros de la prensa y algunos medios que se han involucrado demasiado en las causas, en lugar de centrarse en la cobertura de los hechos.
—En ese ejercicio de ver hacia atrás para contar su historia, ¿se arrepiente de algo que haya hecho?
—Sí. En mi libro hay algunas cosas que me gustaría guardar para que las lean allí. No tengo arrepentimiento de mucho. Cuando empecé mi carrera yo quería dedicarme a una profesión interesante y significativa, y así ha sido.
—¿Cuál espera sea la reflexión del lector cuando lea su libro?
—Me gustaría que los lectores pensaran en la necesidad de tener una prensa que sea fuerte, que tenga la capacidad, los recursos, la energía y la voluntad de exigir que los poderosos rindan cuentas y que tenga la capacidad de buscar los hechos y descubrirlos, y la valentía de publicar no importa las consecuencias. Que se sepa que tenemos el rol de representar al público y sus intereses.
Martin Baron bromea diciendo que tiene «cara para radio», por lo que hasta agradece que cuando algunas personas escuchen su nombre piensen en el rostro de Liev Schrieber que lo interpretó en Spotlight (2015). Sabe que la cinta ganadora del Oscar lo convirtió en una figura reconocida, que fue considerado desde entonces como el editor más prominente de Estados Unidos.
Recuerda que asistió al último día de rodaje, revela los guiños internos que los guionistas incluyeron en algunos personajes y escenas, y ratifica que el filme respeta lo fundamental de aquellos eventos de Boston ocurridos en 2001.
«Hubo un grupo de guionistas, quizás uno o dos años después de la publicación de las historias, que se nos acercó buscando hacer una película. Pero tomamos la decisión de no participar en ese esfuerzo. Pensábamos en esa época que estábamos demasiado cerca de los eventos y parecería que tratábamos de explotar la situación y a las víctimas. Entonces, no participamos en ese esfuerzo», relata Baron.
Cuenta que, junto a sus colegas, esperaban que si aquellos hechos serían llevados al cine debía ser de una manera auténtica. «Unos años después, dos mujeres de Los Angeles (Blye Pagon Faust y Nicole Rocklin) se nos acercan con la idea de una película y llegamos a un acuerdo. Ellos compraron una opción a los derechos de contar nuestra vida. Interesar a un guionista y a un director les tardó dos o tres años más. Cuando los encontraron (Josh Singer y Tom McCarthy) trataron de interesar a los actores y también a las compañías productoras».
Baron recuerda que conseguir apoyo financiero para la producción de Spotlight fue muy difícil «porque no es una película que se trate del amor, sino de casi lo opuesto. No hay superhéroes, casi no hay ninguna acción, sino que está llena de palabras, de conversaciones. Fue una película muy difícil de vender».
La llegada del actor Mark Ruffalo al elenco ayudó a abrir esos caminos. «Yo creo que a él le interesaba mucho y empezó a interesar a otros actores. Así recibieron el financiamiento y produjeron la película, pero tomó aproximadamente ocho años desde la primera conversación con las dos mujeres hasta el estreno, porque salió en 2015 y nosotros publicamos las historias en enero de 2002».
—¿Y qué tal si le plantean hacer un documental a partir de su libro?
—Siempre estoy dispuesto a escuchar cualquier propuesta.
Caracas / TalCual