Este próximo miércoles es nuevamente 23 de enero. Han transcurrido 61 años desde aquella célebre fecha de 1958 cuando un conglomerado ciudadano parió a costa de su propia vida nuestra hermosa democracia, hoy tan desdibujada, vapuleada y herida de muerte... Y este nuevo 23 de enero se nos presenta la oportunidad histórica de expresar “a voz en cuello” nuestro disgusto, nuestro rechazo, nuestro repudio, a este nauseabundo régimen que a lo largo de casi 20 años ha pretendido quebrar nuestra moral, nuestra autoestima, nuestras finanzas, nuestros principios, valores, esencia e incluso, trastocar nuestra idiosincrasia, llevándonos al lado más oscuro de la corrupción, de la mediocridad, de la ignorancia y de la perversidad, hasta ahora desconocida en nuestro suelo patrio.
Nos toca entonces convertir nuestro descontento en clamor ciudadano, en grito estentóreo, en denuncia colectiva, en manifestación nacional, porque este aciago momento lo exige.
Muchos coterráneos me preguntan si vale la pena volver a la calle luego de tantos sin sabores, decepciones, tristeza y lágrimas, cuando en el pasado reciente, tras largos periodos de “patear calle”, de aguantar sol, polvo, hambre, represión y “gas del bueno”, poco o nada se logró... Pero considero que las actuales condiciones de deterioro de nuestra calidad de vida, de pobreza, inseguridad, desabastecimiento y desesperanza generalizada nos obligan a “retomar la vía pública” de manera definitiva y de forma contundente.
Pero eso sí… Con la conciencia del riesgo que correremos, con el criterio de que “cualquier cosa pude ocurrir”, con la claridad de un posible “no retorno” y con la férrea consigna del “hasta aquí”, a sabiendas que estos pusilánimes acoquinados jugarán sus cartas de represión inmisericorde, de persecución política, de amedrentamiento y de acorralamiento judicial,
¿Pero es que acaso la protesta ciudadana no es la herramienta del pueblo para exigir respeto, rectificación y hasta renuncia de cualquier mandatario bodoque? ¿No fue por medio de la protesta que el hombre logró abolir la esclavitud, logró superar la utopía de las castas y execrar el feudalismo, entre otros excesos humanos? ¿No es entonces a través de las acciones de calle que podremos acabar con los abusos, el despilfarro, la negligencia, el despotismo, y en el más reciente caso, devolverle la institucionalidad a Venezuela?
Recuerdo entonces al marabino Rafael María Baralt quien puntualizó en alguno de sus escritos políticos lo siguiente:
“¿Cuándo es que no ha protestado la sociedad contra sí misma? Porque la misma historia de la humanidad lo señala: El progreso no es más que una serie de destrucciones, de cambios, de sustituciones que se logran protestando”.
Sumado al claro hecho que el acto de protestar está bajo el amparo de la Carta Magna de nuestro país, es decir, que su práctica es valedera porque es la misma ley la que nos resguarda y nos da herramientas para oponernos a utopías oficialistas, a proyectos políticos anacrónicos, a sectarismos enfermizos, a golpes de estado y a aberraciones constituyentistas.
Es la protesta, en cualquiera de sus formas, la diferencia entre lo posible y lo quimérico, entre lo justo y lo injusto. Es ella quien lleva de la mano a la sociedad en la búsqueda de los cambios que necesita. Es la llave para obtener la libertad progresiva que va desenvolviendo un sistema de medios y condiciones por los cuales puede llegarse a la libertad efectiva y real.
Por lo tanto, amigo lector, tomemos la calle este miércoles 23 de enero del 2019 hasta que todo vuelva a la normalidad.
Así de simple.