Por los mensajes recibidos, por lo que se publica en las redes, por cómo se expresan en cualquier tertulia o en privado, pareciera que a algunos coterráneos los ha empezado a invadir la desesperanza y el desaliento.
Y esto está ocurriendo en un marco de gran esfuerzo nacional, de gran entusiasmo popular, cuando nuestra dirigencia luce articulada en pos de un solo propósito, cuando existe una unidad de trincheras en la calle, cuando tenemos una hoja de ruta muy clara y cuando contamos con un claro y determinante apoyo internacional… Y sin embargo, algunos coterráneos se sienten apesadumbrados.
La verdad es, que eso no deja de sorprenderme pues era de suponer que llegar a una transición política no sería cosa fácil, que la salida de este régimen oprobioso no sería un asunto de horas o de días porque a las claras la senda a transitar sería intrincada, tortuosa y empinada.
Entendamos entonces, que le lucha es de todos los días, que la presión es de todos los días, que no basta esperar que terceros actúen, que otros arriesguen, que algunos extraños ofrendan su vida para salir de este pestilente gobierno. No funciona así.
El asunto es, que quien quiera de verdad un mejor país debe empezar por asumir la responsabilidad individualísima de activarse en cualquier frente de lucha, en colaborar con el ideario de esa nación con la que sueña, en entusiasmar a sus hijos, hermanos, primos, amigos sobre la necesidad de participar y cooperar. Debe entender que el mensaje “del país posible” debe ser permanentemente contrastado con la Venezuela que hoy tenemos para lograr nuestros objetivos.
Muchos, al expresarme su angustia por la vorágine de problemas que les cercenan los sentidos, me miran con esa última chispa en los ojos de una antorcha que amenaza con extinguirse, con esa postrera pisca de esperanza que yace casi sepultada en un tenebroso recodo donde habitan solo espectros del averno. Y yo, al verle sus ojos brillosos les digo que el país aún no se acaba, que “vamos bien”, que todo cuanto está haciendo la Asamblea Nacional está apegado a la Carta Magna, que aún existen suficientes reservas morales para refundar material, ética e institucionalmente a nuestra nación.
Otros son más directos y se dirigen a mí casi con tono de regaño (producto por supuesto, de la desesperación): ¿Por qué esto no se decide ya? ¿Qué está considerando Juan Guaidó para detener a fulanito? ¿Hasta cuándo es esta espera? Les expreso entonces que “no basta” solo con la Asamblea Nacional, con el Frente Amplio, con los factores políticos o con los grupos de ciudadanos organizados para avanzar hacia derroteros más democráticas, se requiere que se dé una unidad total de las fuerzas del país donde la gran mayoría que añora un cambio de un paso al frente sin miedo.
Mi llamado final es para esas personas que a estas alturas aún se mantienen incólumes, indiferentes, “resguardados en su confort”, mientras presentan excusas como: “Es que esa gente es capaz de cualquier cosa”, “yo tengo mucho miedo”, “es que mi esposa no me deja”, “mis hijas no están de acuerdo con que acompañe las marchas o saque recursos para apoyar”… Hay que terminar por asumir que este momento histórico sigue exigiendo una gran suma de voluntades que empujen al unísono los cambios necesarios, sin mezquindad, porque a fin de cuentas vivimos “tiempos de pueblo” y no de Mesías.
Así de simple.