Jhordy tiene un año y cuatro meses de edad. Su ropa está sucia y su cabello desordenado y color cobrizo es propio de los niños que padecen desnutrición. Llegó a la Iglesia Cristo Resucitado, en el sector Brasil de Cumaná, de la mano de su madre, Daniela, una adolescente de 16 años de edad quien también ha sido afectada severamente por la falta de alimentos. La delgadez de su cuerpo y la resequedad de su piel es prueba irrefutable de ello.
Daniela, su hijo y su sobrina Mariana, de un año y siete meses de edad, son habitantes del sector Brasil, una de las barriadas populares más grandes de Cumaná, capital del estado Sucre. Esta entidad figura entre los primeros tres estados de la lista negra de desnutrición infantil en el país, de acuerdo con datos suministrados por Cáritas de Venezuela en 2019. La situación se ha mantenido en esta región en los últimos tres años.
A pesar de las dificultades, Daniela tiene la esperanza de que su hijo y su sobrina puedan sortear la situación y sean aceptados en el programa de alimentación de la Fundación Cumaná Mía. De lo contrario, tendrá que seguir pidiendo comida de casa en casa, esperando que la buena voluntad de alguien calme la necesidad de alimentarse.
Nohemí Mata, la coordinadora del comedor, abandonó momentáneamente la cocina en la que un grupo de mujeres preparan los alimentos, para atender a Daniela y los dos bebés. Ella sabe que la necesidad apremia y quiere ejecutar el protocolo preestablecido para que los niños empiecen a recibir los alimentos.
Fue de la cocina a un salón contiguo, sacó un cuaderno y anotó el peso y de los bebés y niños. Escribió también sus tallas y la medida de uno de sus brazos, que es un indicador del grado de desnutrición que puedan sufrir.
Foto: Contra la desnutrición. Nohemí Mata realizando medidas a niños de Cumaná
Ese día tocaba la revisión del avance de los niños que acuden diariamente al comedor. Mientras pesaba, medía y anotaba en un cuaderno los resultados de varias niñas entre los cuatro y cinco años, sacó una bolsa blanca en la que tenía varios trajes de baño que le fueron donados y se los entregó a las pequeñas. “Te verás linda en la playa”, le dice a una de ellas, a quien los ojos le brillaban por el regalo.
Al terminar esta labor Nohemí vuelve a la cocina, pendiente de que las cinco voluntarias avancen en la preparación del menú del día para 50 niños: una sopa de pollo. Y mientras pica la verdura, hace chistes y sonríe con sus compañeras, llegan algunas mujeres preguntando la hora en la que estará lista la comida para sus hijos. “Es sopa. A las doce estará lista”, les dice Nohemí con una sonrisa, y ellas agradecen.
Nohemí tiene 49 años, pero su rostro alegre hace que aparente menos edad. Tiene una voz suave y buenas maneras, así como también tiene la disposición de coordinar voluntariamente uno de los dos comedores de Cumaná Mía, una fundación que surgió hace tres años en medio de una severa crisis humanitaria por falta de alimentos que azotó al país entero, pero en especial a la capital del estado Sucre.
Miranda Ponce concibió la idea. Ella, una periodista de 34 años, activista y madre de tres, junto a su esposo, Paúl Elguezabal, decidieron que era el momento de hacer algo, desde sus posibilidades, para luchar contra los estragos del hambre.
Foto: César García, director de operaciones y coordinador regional de la Fundación Venezolanos en Cúcuta (Funvecuc)
Ambos, en esa época de 2019, eran dirigentes sociales y organizaban talleres de formación en las comunidades. Pero, los dirigentes vecinales que acudían a sus talleres de formación presentaban una acelerada pérdida de peso. “Era algo drástico: entre siete y diez kilos menos, tenían” recuerda Miranda. La situación los alarmó y tanto ella como Paúl se dieron cuenta de que en los hogares, si los adultos estaban afectados, los niños lo estarían aún más.
“El hambre haría que la pobreza se prolongara por años y los niños estarían condenados a esa pobreza de forma prolongada, porque si no podían desarrollarse cognitivamente, estarían limitadas sus oportunidades de desarrollo social”, reflexiona la periodista.
Así nació la fundación que actualmente atiende a cien niños en dos comedores, situados en dos iglesias católicas en las parroquias más grandes de Cumaná. La tarea de conseguir alimentos no fue sencilla al inicio, ni lo es ahora. Dependen de donaciones y de la buena voluntad de personas que quieran colaborar.
Foto: Miranda Ponce y Paúl Elguezabal, en uno de los comedores que impulsan
Los primeros alimentos vinieron de vendedores de verduras que frecuentaban para las compras de rutina en casa. Les habló del proyecto y ellos decidieron colaborar. “Me llamaban y me ofrecían frutas que les quedaba de la venta diaria”, cuenta Ponce.
Para ella no se trata solo de dar comida a niños que lo necesitan, sino de dar amor a través de los alimentos, de enseñar estructura y valores. “La comida es familia, es orden, es disciplina. Enseñarles a reconocer lo que es sano para ellos” Es así como no solo se trata de dar un plato de sopa, sino es un menú balanceado y que les genere empatía con lo que comen.
Cuando Miranda inició Cumaná Mía, en 2019, el escenario de desnutrición infantil en el estado Sucre era alarmante. Según la fundación Cáritas de Venezuela, la entidad estaba entre los tres primeros estados con mayor índice de desnutrición en el país, junto con Portuguesa y Lara.
En ese año la situación era de emergencia total y las cifras daban cuenta de ellos, de mil 300 niños evaluados, el 50% padecía desnutrición en Sucre.
Ahora, la situación sigue siendo dura. Sucre continúa en los primeros lugares y según indica Jorge Rojas, coordinador regional de Cáritas, en lo que va de 2022 alrededor de 120 niños al mes son diagnosticados con desnutrición en Cumaná y zonas periféricas.
“En las periferias de Cumaná hay un 30% de desnutrición, es decir, de cien niños, treinta están desnutridos”, dice Rojas.
Dos mujeres lavan y cortan verduras y una de ellas ayuda a cargar agua y a traer una bombona de gas para poder encender el reverbero donde cocinan la sopa. De lunes a viernes, ocupan sus mañanas en hacer la comida para 50 niños y el único pago es la satisfacción de ayudar.
“Mis amigas no me desamparan, ellas saben lo que hago en Cumaná Mía y se ofrecen para preparar la comida”, comenta Nohemí, quien desde hace tres años aporta su trabajo y está al pendiente de los niños que ingresarán al comedor.
Era secretaria en una empresa de construcción, quedó desempleada y desde hace tres años no ha podido reinsertarse en el campo laboral. Tiene dos hijos quienes también se alimentan del menú que se ofrece en el comedor.
Mientras pica verduras y unos niños esperan en la puerta por la comida, Nohemí asegura que está consciente de que la situación de desnutrición es severa en la ciudad. Durante tres años ha visto a niños recuperarse, pero también fallecer por falta de alimentos y su trabajo voluntario es la forma de hacer un aporte.
No todos lo logran. Nohemí recuerda a Marlon, Tony y Carlos, tres primos que llegaron al comedor. Carlos no resistió los embates de la falta de alimentos, pero Marlon y Tony pudieron recuperarse y aún siguen en el programa. Tony lucha con las consecuencias de la desnutrición y su capacidad de aprendizaje se ha visto mermada. A sus ocho años se le hace casi imposible aprender a leer bien y a sumar.
Con toda la experiencia acumulada en la fundación, ya ella sabe cuál es el peso ideal de un niño y cuánto debe ser su estatura y medidas (sobre todo en la parte superior del brazo. También sabe cómo debe lucir su piel, ojos y cabellos. Por eso, también sabe reconocer cuando llega un niño que requiere de ayuda. Y es que Miranda Ponce se ha encargado de formar a las voluntarias y está consciente de que es una situación delicada que puede marcar la diferencia en la vida de un niño. Por eso ha buscado apoyo en formación.
No solo logró reunir voluntarias, sino médicos que ayuden en la revisión médica de los infantes y de nutricionistas que colaboren en el diseño del menú. Consiguió cursos de manipulación de alimentos e ideó un plan de alimentación en los que las madres de los niños estén involucradas. Su intención era sentarlos a la mesa para compartir la comida.
En el camino no solo ha tenido el apoyo total de su esposo Paúl, un activista y dirigente que ha estado totalmente involucrado en causas sociales, sino también de un famoso sacerdote en la ciudad, el Padre Marcelo, quien no dudó en ceder parte de las instalaciones de la Iglesia Cristo Resucitado, para que funcione un área de cocina, un espacio para revisión del peso y talla de los niños y un lugar para poner la mesa y sentarse a comer.
Foto: Alimentos que comparten en los comedores de Cumaná Mía
La pandemia modificó la rutina de sentarse a comer, pero no detuvo la labor de alimentar. “Esperamos que en unas semanas podamos volver a tener a los niños sentados en el comedor, compartiendo la comida cerca de nosotros”, dice Nohemí.
El hecho de que Sucre sea uno de los estados más golpeados por la pobreza y desnutrición ha sido bandera para que se desplieguen más programas similares al comedor que iniciaron Miranda y Paúl.
Actualmente también funciona el Proyecto Samán. Jorge Rojas explica que el programa de la Fundación Cáritas de Venezuela para la sobrevivencia infantil está insertado en todas las siete parroquias del municipio Sucre y que también se está desplegando hacia municipios cercanos para atender no solo a niños sino a embarazadas en estado de desnutrición.
Setenta mujeres voluntarias laboran en el proyecto de Cáritas y esto representa el 90% del voluntariado. Se trata, en su mayoría, de enfermeras y mujeres con profesiones relacionadas con la salud pública. Ellas se encargan de acudir a comunidades y hacer diagnóstico de infantes en condiciones de vulnerabilidad. “Son entregadas, son valiosas y su labor es fundamental”, dice Rojas.
Pero, para Miranda, la meta es que los comedores dejen de existir. “Abrimos el comedor con mucha esperanza de aportar y seguiremos haciéndolo. Pero ahora mi mayor esperanza es que dejen de existir y que las madres tenga la oportunidad de alimentar a sus hijos por sus propios medios, sin depender de este tipo de iniciativas para poder salvar a sus hijos del hambre”, concluye.
Caracas / Ipys Venezuela