Edmundo González Urrutia (La Victoria, 1949), candidato presidencial de la Unidad venezolana, dice que va a llegar a las 6:00 pm a la entrevista y aparece a las 5:59 pm. Media hora antes se le veía en redes sociales durante la primera reunión con la Plataforma Unitaria: parece que no va llegar a tiempo, pero llega. Hace pocas horas el diplomático se ha convertido en el elegido, entre todos los que podían elegir, para enfrentar a Nicolás Maduro en las elecciones del 28 de julio.
Su esposa, Mercedes López, abre la puerta, ofrece Nestea -punto a favor de la transición-, sirve agua y unos saladitos de hojaldre que González Urrutia recomienda probar y prueba. Ella habla de los memes de Game of Thrones con María Corina Machado, del «Edmundo challenge» y de los jingles en tiempo récord. “Ahí hay inteligencia artificial”, dice. En esta casa, al parecer, están al tanto de lo que sale en redes sociales mientras se adaptan a una agitación que no planificaron. “Recen por nosotros”, pide con una velocidad que no se sabe si es de alegría o de inquietud.
González Urrutia se quita el saco y sale al balcón de su apartamento, donde vive desde hace más de 30 años. La tarde está constipada de humo y polvo naranja, como un sahumerio que alguien dejó prendido. Desde la baranda se ve Caracas a una escala que la vuelve comprensible, también los aviones de unos privilegiados que aterrizan en el aeropuerto La Carlota, las torres de Parque Central, las autopistas que rajan la ciudad, el Ávila todo y decenas de guacamayas que ya se han convertido en meme desde que lo fotografiaron alimentándolas. Tratando de repetir la escena de la foto viral, busca un pote lleno de semillas de girasol para llamarlas, pero ninguna se detiene. Se acerca, en cambio, una guacharaca solitaria que al candidato no le hace gracia. Y tampoco es tan fotogénica.
A finales de marzo, González Urrutia, embajador de carrera con amplia experiencia en el servicio exterior, estaba cuidándole un puesto a la Plataforma Unitaria pero nadie llegó. Hoy es el segundo suplente de la ganadora de la primaria, María Corina Machado, inhabilitada -sin cargos ni proceso legal- para ejercer cargos de elección popular y a quien el Consejo Nacional Electoral no le permitió inscribirse para las presidenciales. La misma negativa recibió la primera suplente de Machado, la profesora Corina Yoris. Entonces, con esa suerte postrera del segundo portero del fútbol, González Urrutia saltó a la cancha en los últimos minutos de la prórroga.
González Urrutia habla de su candidatura con la distancia de quien no depende de ella. Sabe que es un elogio y sabe, también, que es un riesgo. Algún vocero del gobierno nacional lo llama “el candidato de los gringos”, pero han sido pocos los oficialistas que han hablado públicamente de él. “No sé quién propuso mi nombre en la plataforma. Les dije que aceptaba si había unanimidad en la decisión. Fue una celada lo que me tendieron a mí”, dice con el tono de voz de un amable narrador de bingo mientras hace una expresión dos niveles más arriba de una sonrisa, pero que todavía no llega a risa.
El relato de quien podría ser el próximo presidente de Venezuela comenzó con una llamada, en apariencia inofensiva, para reunirse en la oficina del partido Encuentro Ciudadano de la exdiputada Delsa Solórzano. El lugar ha sido escenario de esta historia desde el principio y hasta el final: allí citaron a González Urritia para pedirle que fuera “el candidato tapa” y allí anunciaron, días después durante un cónclave multipartidos y multilíderes, que ya no sería tapa, sino el frasco entero.
Este quiebre definitivo González Urrutia lo narra inalterable, como si por las venas le corriera una infusión de tilo: “José Luis Cartaya, que fue secretario de la Mesa de la Unidad Democrática, me llamó para ofrecerme que fuera, de manera provisional, el candidato tapa, que cuidara la tarjeta de la MUD. Y, después, la decisión de que yo sería finalmente el candidato casi la conozco por los medios. Le dije a mi esposa: ‘Mira lo que está produciéndose aquí’. Pero en mi fuero interno ya había aceptado. Es muy elogioso que te escojan unánimemente para una responsabilidad como esta”.
Aunque una posible dinámica de gobierno con la figura de María Corina Machado -y con María Corina Machado- no es un tema definido ni prioritario, González Urrutia no deja dudas de cómo él entiende el rol que le toca jugar: “Ella es la líder indiscutible de este proceso y la respetan como tal. Yo soy un candidato ahí”. Lo que sí está claro es que será una campaña inédita en el país y el candidato que está de primero en las encuestas no tendrá un desempeño tradicional: “La acompañaré algunas veces, pero no voy a recorrer el país”, dice mientras el sol de las 6 y pico de la tarde va aflojando y empieza a refrescar.
—¿Hay miedo? Antes de tomar esta decisión debió haberlo pensado mucho.
—Hice una evaluación rápida. Yo sabía que me estaba metiendo en un candelero muy serio con implicaciones hasta de seguridad personal, pero no tengo miedo. Lo consulté con mi familia y con unos tres amigos y me dijeron ‘échale pichón’. El que no la debe no la teme. Sin embargo, desde ese momento trato de concentrar las actividades en casa y salgo escasamente a alguna reunión como la de hoy con la Plataforma Unitaria y vuelvo para acá.
—¿Había pensado alguna vez en la posibilidad de ser presidente del país?
—Ni me imaginaba eso. A mí me llamaron porque estando en el Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro, yo era miembro del partido Mesa de la Unidad. Me dicen que van a actualizar la directiva del partido y al mismo tiempo proponer mi candidatura. Esa llamada fue hace algunas semanas y la hizo José Luis Cartaya, quien fue secretario de la Mesa de la Unidad. Me citó a la oficina de Delsa Solórzano. No sé quién propuso mi nombre, pero después he oído que eso fue el resultado de una reunión muy larga que hubo en el seno de la Plataforma Unitaria y hubo consenso en torno a mi nombre.
—¿Qué le dice su familia?
—Tengo dos hijas, una vive en Venezuela y la otra en España. La que vive en Venezuela está muy encantada con todo esto, pero la otra sí está más asustada.
—¿Cómo ha cambiado su rutina?
—Trato de que no me afecte mucho. Pero ahora debo ser más cuidadoso. Procuro salir menos. Estoy teniendo más reuniones en la casa.
—¿Hasta este momento cuál era su relación con María Corina Machado?
—Muy cordial. La conocía de hace algún tiempo porque era una mujer pública, pero no puedo decir que la conocía de años. Entiendo que cuando me pidieron que fuera la “tapa” , los representantes que tenía ella allí estuvieron de acuerdo. Yo siempre dije que aceptaba si había unanimidad en la decisión, en el entendido de que era algo provisional.
—¿Ha tenido la oportunidad de hablar con Manuel Rosales?
—Lo llamé después de la decisión para darle las gracias por su desprendimiento. Lo hice también con la profesora Yoris. Gracias a la actitud de ellos se abrió el camino para que esto fuese posible.
—¿En algún momento se sintió presionado para que renunciara a su inscripción con la tarjeta de la MUD?
—En absoluto.
—¿Cree que las declaraciones del presidente de Brasil, Lula Da Silva, reconociendo su candidatura y la unidad opositora influyeron en que se le permitiera seguir?
—Seguramente, porque las declaraciones de Lula no parecen improvisadas. En Brasil tienen una política exterior de Estado, independientemente del color político.
—¿Qué ha pensado del 29 de julio, el día después de las elecciones?
Se abre un período mucho más complicado. No es que se abre la transición porque viene un proceso de negociación muy importante. Allí tienen un papel clave Colombia, Brasil y Estados Unidos, por supuesto. Tendría que haber una negociación de garantías electorales, que es lo que está proponiendo el presidente Petro. Hace poco hablé con su canciller, Luis Murillo Urrutia, sobre algunos de estos temas.
—¿Ha tenido alguna llamada de alguien del gobierno?
No para mí. Si lo han hecho ha sido a otro nivel, yo presumo que sí, porque quien está muy involucrado en ese sentido es Gerardo Blyde, que para mí era el hombre para este cargo. Yo se lo dije, pero él nunca quiso. Al morocho Cartaya le tengo anotado un “debe”.
En 31 años de carrera diplomática, González Urrutia fue embajador de gobiernos adecos, copeyanos y chavistas. Graduado de Internacionalista en la Universidad Central de Venezuela y con maestría en relaciones internacionales de la American University, ingresó a la cancillería venezolana en 1971 y durante tres décadas fue diplomático de carrera de gobiernos de varios colores. Sin dudarlo reconoce que tenía más amigos socialcristianos, pero asegura que nunca tuvo militancia política.
Su primera misión como embajador fue en Argelia, en 1991, justo en el momento que ocurrió el triunfo del Frente Islámico de Salvación, un movimiento casi terrorista que no fue aceptado por los militares. “Me quedé hasta mediados de 1994 que regresé a Caracas a ocupar el puesto de director de Política Internacional en la Cancillería”.
Antes de Argelia, González Urrutia estuvo en El Salvador como encargado de negocios, en plena guerra civil . “Al principio yo lo interpreté como una señal de castigo, pero pronto entendí que era todo lo contrario. Me estaban dando una manifestación de confianza al ponerme al lado de Leopoldo (Castillo) en un momento tan complicado. Recuerdo que yo salía de la casa a trotar un poco y los policías decían ‘No salga porque anoche nos dejaron tres cadáveres tirados en la puerta de la casa’. En las noches a veces pasaba un carro, cortaban la luz y disparaban una ráfaga”.
En Argentina fue designado siete años, en dos oportunidades. “Me hice muy amigo del presidente Raúl Alfonsín. Tenía la gran ventaja de que en la élite político administrativa del gobierno había muchos que estuvieron exiliados en Venezuela durante la dictadura. Había una sensibilidad cercana; estaban, por ejemplo, el hermano del expresidente De La Rúa, el escritor Tomás Eloy Martínez, Rodolfo Terraño”.
A Caracas volvió en 1998, justo en la transición entre Caldera y Chávez y, aunque mucho se ha especulado de su relación con el nacido en Sabaneta, lo cierto es que cuando ocurrió su ascenso al poder ya González Urrutia había sido nombrado embajador. Chávez mantuvo el servicio exterior sin modificar durante unos años “por los oficios de José Vicente Rangel, que era el ministro de Relaciones Exteriores”, dice el ahora candidato de la Plataforma Unitaria.
Meses antes de las presidenciales de 1998, González Urrutia y el entonces canciller de Rafael Caldera, Miguel Ángel Burelli, citaron a Chávez y a Henrique Salas Römer -los dos candidatos con más chance de ganar las elecciones- a una reunión para explicar los planes y compromisos del servicio exterior venezolano. Recuerda el hoy abanderado de la Unidad que Chávez tomaba nota de todo en unas libretas llenas de garabatos. “Era como una esponja que lo absorbía todo”, recuerda.
Otra vez se vieron en Buenos Aires, donde González Urrutia era embajador y pudo corroborar esa cualidad de ventosa de Chávez cuando todavía era presidente electo: “Íbamos en el carro del Congreso a la Casa Rosada, en Olivos, para un encuentro con Carlos Ménem, presidente de Argentina, y en el camino y hablaba y Chávez iba cabeceando. En algún momento me dijo: ‘No piense que no lo estoy escuchando, estoy prestándole mucha atención, pero vengo de una campaña que me dejó exhausto’. Cuando llegamos con Ménem ha repetido casi en el mismo orden todo lo que yo le había conversado en el carro”.
Se volvieron a ver a los pocos días. Ménem le pidió a González Urrutia que lo acompañara a la toma de posesión de Chávez en Caracas. A través del edecán que le habían puesto al presidente argentino, le hizo saber a Chávez que estaba en Venezuela y si en algo podía ser útil, estaba a su disposición. “No había llegado a mi casa cuando ya me estaba llamando el presidente Chávez para que lo acompañara a un desayuno con Ménem y cinco o seis representantes de la delegación argentina”. Según González Urrutia, circunstancias fortuitas como esa fueron las que le permitieron irse quedando en el servicio exterior de la era chavista.
25 años han pasado de esos días intensos con un Chávez-esponja que terminó absorbiendo todo el poder sin contrapeso. A González Urrutia le ha tocado asumir el rol de candidato, que luce decisivo en una Venezuela deshilachada por la emergencia humanitaria. Su rutina es de nuevo la del hervor fugaz de la política: una hora exacta desde que empezó esta entrevista llegaron los de la reunión de las 7:00 pm, que ya no disfrutarán de la luz con la que Caracas premia a quienes aún la habitan, pero sí de algunos saladitos de hojaldre que quedaron sobre la mesa.
Caracas / RunRunes