“Si Coldplay viene ese va a ser el real ‘Venezuela se arregló’” pronosticaba una usuaria de Twitter ante los recientes rumores sobre posible visita al país de la banda de pop rock británica.
El término “burbuja de consumo”-vinculado a este tipo de espectáculos-, ha cobrado fuerza en las últimas semanas dentro de la opinión pública -y las redes sociales-, como un intento, más bien apresurado, de explicar no sólo el auge de los conciertos de cantantes internacionales en el país, sino también, el repunte en la venta de prendas y accesorios de marcas, que hace cinco años eran difíciles de conseguir en tiendas.
La idea no sólo apunta a la capacidad de compra de un reducido segmento de la población con “alto poder adquisitivo” - en detrimento de una mayoría empobrecida-, sino que el mismo concepto de “burbuja” remite a un fenómeno efímero que puede extinguirse en cualquier momento.
Sin embargo, especialistas consultados por El Tiempo, señalan que ambas percepciones pueden resultar erradas o simplificar demasiado la intrincada realidad de la economía nacional, afectada por años de recesión.
Para el economista y profesor universitario, Ronald Balza, la ola de actividades, como los conciertos de artistas tanto extranjeros como nacionales con entradas dolarizadas, podría ser perdurable o no en el tiempo, dependiendo de cómo cambie la dinámica del país. No hay garantía de que sea efímero.
“Por el hecho de que aparezca un nuevo grupo que hace consumos, que son notablemente diferentes a los que se hacían hace unos años, no implica que este resultado tenga que ser permanente o tenga que acabar de golpe”, acota.
Para Balza, llamar “burbuja” a lo que está ocurriendo, no es muy preciso “porque la imagen es la de algo que va a reventar en cualquier momento y todo se va a acabar (...) O que quienes están ahí son los únicos que tienen aire y por eso en un país en crisis son responsables de la que padecen los demás”.
A su juicio no se debe “sobredimensionar el contraste entre actividades” que ahora realiza con más frecuencia un grupo de la población, es decir, se debería evitar señalar a quienes pueden ir al cine o ir a un restaurante, por encima de quienes no.
“Comprar un chocolate en un bodegón no convierte a una persona en alguien con posibilidades de consumo extraordinarias. Pero tampoco el que monta un bodegón o hace un concierto es el que va a reactivar la economía del país”, puntualiza Balza.
La pregunta entonces es ¿cómo puede interpretarse el fenómeno de consumo registrado actualmente en el país?
Juan Pablo Olalquiaga, expresidente de Conindustria, contesta con otra interrogante:
“¿Qué nos lleva a creer que una burbuja en el consumo de una mínima parte de la población como consecuencia de desmontar controles es equivalente a crecimiento económico real, sostenible y de fondo? Bienvenida la burbuja, pero asumámosla desde el realismo y no desde la ingenuidad”, señaló Olalquiaga.
El industrial puntualizó que en la actualidad no hay evidencia de una verdadera recuperación que abarque a todos los sectores de la sociedad. Subrayó que, desde el punto de vista de política tributaria, el hecho de abrir la importación de productos terminados mientras se pecha la importación de materias primas es una clara demostración de que no se está pensando en promover crecimiento real, sino en alimentar una “burbuja puntual”.
A su juicio, no existe una política tributaria ni arancelaria que estimule la producción, “si el sujeto económicamente activo se esconde en la ‘economía negra’ por temor a hacerse visible”.
“La tasa de cambio privilegia la importación de todo tipo de bienes de consumo a expensas de la producción local (…) No existe sistema financiero que permita el arranque masivo de emprendimientos”, apuntó a través de Twitter.
Agregó que si bien es cierto que hay una exportación petrolera un tanto mayor a la de hace un año y medio, aun cuando sea una fracción de lo que se tenía dos décadas atrás, estas divisas las utiliza el Estado para sobrevaluar la tasa de cambio, restándole así competitividad a la producción local de bienes.
Lo cierto es que algo como la proliferación de conciertos, no son síntoma de nada significativo. Apenas de que los artistas foráneos están aprovechando la flexibilización cambiaria y la dolarización transaccional, para cobrar en divisas sus presentaciones, algo que era imposible cinco años atrás.
Por más crecimiento que se espere en el Producto Interno Bruto (PIB) para 2022, la desmesurada caída de la última década, hace que esto sea sólo una bocanada de aire, que no significará nada si no se toman medidas orgánicas dentro del conjunto de la economía.
De cualquier modo, según el economista y miembro del equipo de investigación de Ecoanalítica, Giorgio Cunto, hay un segmento de la población que podría tener acceso sin problemas a cierto tipo de entretenimiento, como conciertos con entradas de $60 o más de $500. Sin embargo, este nicho de mercado no tiene un impacto macroeconómico real.
A su juicio, este fenómeno es algo puntual, que podría tener beneficio económico principalmente para las empresas que los organizan.
“Como elementos aislados, su escala es comparativamente diminuta para decir que tiene algún impacto económico más allá de su organización”, agrega.
Las burbujas también buscan, en su acepción más simple, hacer evidente la desigualdad en las posibilidades de consumo de distintos grupos de la población, pero Balza insiste en que estos nichos de consumo no son la causa del problema.
“Atribuirle a las burbujas el calificativo de ser evidencia de corrupción, dinero mal habido, o presentarlas como una prueba de que hay un grupo de la población aprovechándose de la crisis de otros, es tan inapropiado como decir que esto es evidencia de la recuperación económica del país”.
Balza acota que enfocarse en las diferencias entre grupos de mayores recursos y contrastarlas con los ingresos de trabajadores públicos y pensionados, “nos hace pensar que hay sectores de la población que tienen un nivel de consumo relativamente alto”.
“Pero lamentablemente no disponemos de datos que nos permita determinar cada cuánto tiempo una persona consume en locales de lujo o hasta qué punto, lo que no se ha gastado en otras actividades de ocio, se puede destinar para un concierto”, acota Balza.
Lo que sí es un hecho es que un concierto o un bodegón no es un indicador de crecimiento o recuperación del país pero tampoco, deben ser rechazados por supuestamente ser expresión de privilegios.
“Lo deseable es que todos pudiéramos ir a un bodegón o a un concierto y que eso no pareciera algo para un grupo privilegiado (…) Por lo tanto, suprimir esas actividades no es lo que va a mejorar las posibilidades de crecimiento en Venezuela. Ni van a aumentar porque existan, ni son esas las causas que impiden el crecimiento del país”, finaliza Balza.
Caracas / Rafael Arias / Rodolfo Baptista